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Bien de interés cultural – Resolución de 6 de junio de 2024, de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Oficina del Español, por la que se incoa el expediente de declaración como Bien de Interés Cultural del Patrimonio Inmaterial de la Comunidad de Madrid, de la Feria del Libro de Madrid
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BOLETÍN OFICIAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID
MIÉRCOLES 19 DE JUNIO DE 2024
B.O.C.M. Núm. 145
En este contexto favorable surgió la feria del Libro de Madrid. Fue impulsada por Rafael Giménez Siles, director de la editorial Cenit, a partir de una idea surgida en la Escuela
de Librería, que funcionaba en la Cámara del Libro de Madrid desde 1929. Aprovechando
la Fiesta del Libro del 23 de abril, Rafael Giménez Siles proponía salir a la calle al encuentro de los lectores, mostrando lo mejor de la producción bibliográfica nacional, que se puso
a la venta con un descuento del 10 por 100. Fueron veinte los editores que se animaron a participar en aquella primera edición, que acordaron destinar un tanto por ciento de sus ganancias
para sufragar los gastos de la organización, gastos que había adelantado la Cámara del Libro.
El Ayuntamiento de Madrid autorizó la disposición de las casetas de la Feria en el Paseo de Recoletos; se trataba de casetas de madera, diseñadas para facilitar la exposición y
la venta de libros a los editores. El recorrido se decoró con pancartas sujetadas a los troncos de los árboles con sentencias de escritores ilustres animando a la lectura. Se dispuso un
sistema de megafonía en el que se escuchaban los discursos de las autoridades, charlas de
escritores, charlas de feria o pregones de libros dichos por sus propios autores ante el micrófono, situado frente a la Iglesia de San Pascual.
Al contrario que otras Fiestas del Libro, en las que se ponían a la venta ejemplares viejos o de difícil salida, la Feria del Libro de Madrid destacó desde su primera edición por
presentar las novedades de las diversas editoriales, algo que se convirtió en uno de sus principales distintivos. Las autoridades apoyaron esta iniciativa con su presencia y con la compra de numerosos ejemplares para las bibliotecas de centros oficiales, animando la difusión
del libro y la lectura en la sociedad republicana. A la edición de 1933 acudieron el Presidente de la República, Alcalá-Zamora, el Presidente del Gobierno, Manuel Azaña y los Ministros de Agricultura, de Estado y de Justicia. Su apoyo animó a la colaboración de otras
entidades, como la emisora radiofónica Unión Radio o la Compañía Madrileña de Tranvías,
además de la empresa Publicidad de Billetajes, que imprimió propaganda de la segunda Feria en trescientos mil billetes.
El objetivo era popularizar y divulgar el libro, ya que las librerías no exhibían suficientemente las publicaciones y la propaganda resultaba escasa, por lo que difícilmente acudía
a ellas otro público que especialistas, intelectuales y profesionales. La celebración y organización de la Feria agudizó el desencuentro entre libreros y editores, pues los primeros
consideraron su celebración un grave peligro para las librerías.
A pesar de ese desencuentro, el éxito de la primera edición animó a su celebración el
año siguiente. La edición de 1934 de la Feria del Libro fue definida como un espacio de debate y libertad, pues circulaban todo tipo de publicaciones y además los asistentes podían
tocar libros, hojearlos, mirarlos y establecer discusiones y argumentaciones al hilo de temáticas determinadas. Con este planteamiento, las ferias se convirtieron en un lugar de participación ciudadana y democrática. Para otorgarles mayor entidad se creó un Comité de
Honor, que incluía al presidente del Gobierno, a varios de sus Ministros, al Alcalde de
Madrid o a representantes del cuerpo diplomático, entre otros. En 1934 se invitó a los países hispanoamericanos a participar, pero, debido a la falta de tiempo y coordinación, sólo
lo hizo Méjico; algunas instituciones oficiales como la Biblioteca Nacional o la Junta de
Ampliación de estudios contaron con espacios propios. Para animar la celebración se organizaron diferentes actos culturales y se representaron teatros, guiñoles o se ofrecían conciertos. Los escritores invitados animaban a la compra y lectura de libros y elogiaban la idea
de llevar los libros a la calle. Se dedicaron días especiales a las mujeres, los niños y los obreros, a quienes se ofreció un descuento extra por la compra de ejemplares.
En la Feria del Libro de 1935 se dedicó una caseta a la figura de Lope de Vega, se organizaron actos culturales y representaciones teatrales variadas y se dedicó un día al público infantil. Se volvió a invitar a las repúblicas hispanoamericanas, pero su participación no
fue posible. Se hizo también un llamamiento a las editoriales oficiales, pero los ministerios
declinaron su participación. Repitieron la Biblioteca Nacional y la Junta de Ampliación de
Estudios, y se dedicó una caseta a la obra de Lope de Vega, con motivo del tercer centenario de su muerte, y otras se cedieron a la Asociación de Artistas Ibéricos para que mostraran sus pinturas y dibujos.
Las relaciones entre la sección de editores y la sección de libreros de la Cámara del Libro fueron muy agrias y tensas, llegando a convertirse estas secciones gremiales en asociaciones profesionales de defensa. Hasta tal punto que, en las elecciones de junio de 1935 para
renovar el pleno de la Cámara del Libro, los libreros, de nuevo contrarios a la feria, se aliaron con los representantes de artes gráficas para desplazar a los editores partidarios de las
ferias de los cargos directivos. De esta manera en la feria de 1936, la primera que tuvo carácter oficial, los libreros fueron los protagonistas de su organización.
BOCM-20240619-58
BOCM
BOLETÍN OFICIAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID
MIÉRCOLES 19 DE JUNIO DE 2024
B.O.C.M. Núm. 145
En este contexto favorable surgió la feria del Libro de Madrid. Fue impulsada por Rafael Giménez Siles, director de la editorial Cenit, a partir de una idea surgida en la Escuela
de Librería, que funcionaba en la Cámara del Libro de Madrid desde 1929. Aprovechando
la Fiesta del Libro del 23 de abril, Rafael Giménez Siles proponía salir a la calle al encuentro de los lectores, mostrando lo mejor de la producción bibliográfica nacional, que se puso
a la venta con un descuento del 10 por 100. Fueron veinte los editores que se animaron a participar en aquella primera edición, que acordaron destinar un tanto por ciento de sus ganancias
para sufragar los gastos de la organización, gastos que había adelantado la Cámara del Libro.
El Ayuntamiento de Madrid autorizó la disposición de las casetas de la Feria en el Paseo de Recoletos; se trataba de casetas de madera, diseñadas para facilitar la exposición y
la venta de libros a los editores. El recorrido se decoró con pancartas sujetadas a los troncos de los árboles con sentencias de escritores ilustres animando a la lectura. Se dispuso un
sistema de megafonía en el que se escuchaban los discursos de las autoridades, charlas de
escritores, charlas de feria o pregones de libros dichos por sus propios autores ante el micrófono, situado frente a la Iglesia de San Pascual.
Al contrario que otras Fiestas del Libro, en las que se ponían a la venta ejemplares viejos o de difícil salida, la Feria del Libro de Madrid destacó desde su primera edición por
presentar las novedades de las diversas editoriales, algo que se convirtió en uno de sus principales distintivos. Las autoridades apoyaron esta iniciativa con su presencia y con la compra de numerosos ejemplares para las bibliotecas de centros oficiales, animando la difusión
del libro y la lectura en la sociedad republicana. A la edición de 1933 acudieron el Presidente de la República, Alcalá-Zamora, el Presidente del Gobierno, Manuel Azaña y los Ministros de Agricultura, de Estado y de Justicia. Su apoyo animó a la colaboración de otras
entidades, como la emisora radiofónica Unión Radio o la Compañía Madrileña de Tranvías,
además de la empresa Publicidad de Billetajes, que imprimió propaganda de la segunda Feria en trescientos mil billetes.
El objetivo era popularizar y divulgar el libro, ya que las librerías no exhibían suficientemente las publicaciones y la propaganda resultaba escasa, por lo que difícilmente acudía
a ellas otro público que especialistas, intelectuales y profesionales. La celebración y organización de la Feria agudizó el desencuentro entre libreros y editores, pues los primeros
consideraron su celebración un grave peligro para las librerías.
A pesar de ese desencuentro, el éxito de la primera edición animó a su celebración el
año siguiente. La edición de 1934 de la Feria del Libro fue definida como un espacio de debate y libertad, pues circulaban todo tipo de publicaciones y además los asistentes podían
tocar libros, hojearlos, mirarlos y establecer discusiones y argumentaciones al hilo de temáticas determinadas. Con este planteamiento, las ferias se convirtieron en un lugar de participación ciudadana y democrática. Para otorgarles mayor entidad se creó un Comité de
Honor, que incluía al presidente del Gobierno, a varios de sus Ministros, al Alcalde de
Madrid o a representantes del cuerpo diplomático, entre otros. En 1934 se invitó a los países hispanoamericanos a participar, pero, debido a la falta de tiempo y coordinación, sólo
lo hizo Méjico; algunas instituciones oficiales como la Biblioteca Nacional o la Junta de
Ampliación de estudios contaron con espacios propios. Para animar la celebración se organizaron diferentes actos culturales y se representaron teatros, guiñoles o se ofrecían conciertos. Los escritores invitados animaban a la compra y lectura de libros y elogiaban la idea
de llevar los libros a la calle. Se dedicaron días especiales a las mujeres, los niños y los obreros, a quienes se ofreció un descuento extra por la compra de ejemplares.
En la Feria del Libro de 1935 se dedicó una caseta a la figura de Lope de Vega, se organizaron actos culturales y representaciones teatrales variadas y se dedicó un día al público infantil. Se volvió a invitar a las repúblicas hispanoamericanas, pero su participación no
fue posible. Se hizo también un llamamiento a las editoriales oficiales, pero los ministerios
declinaron su participación. Repitieron la Biblioteca Nacional y la Junta de Ampliación de
Estudios, y se dedicó una caseta a la obra de Lope de Vega, con motivo del tercer centenario de su muerte, y otras se cedieron a la Asociación de Artistas Ibéricos para que mostraran sus pinturas y dibujos.
Las relaciones entre la sección de editores y la sección de libreros de la Cámara del Libro fueron muy agrias y tensas, llegando a convertirse estas secciones gremiales en asociaciones profesionales de defensa. Hasta tal punto que, en las elecciones de junio de 1935 para
renovar el pleno de la Cámara del Libro, los libreros, de nuevo contrarios a la feria, se aliaron con los representantes de artes gráficas para desplazar a los editores partidarios de las
ferias de los cargos directivos. De esta manera en la feria de 1936, la primera que tuvo carácter oficial, los libreros fueron los protagonistas de su organización.
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