Servicio Extremeño De Salud. Subvenciones. (2023060369)
Resolución de 27 de diciembre de 2022, de la Dirección Gerencia, por la que se concede una subvención directa a la entidad Asociación Atabal para la atención y tratamiento de las adicciones, para el desarrollo del Programa "Mujer, adicción y violencia de género".
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NÚMERO 24
Viernes 3 de febrero de 2023
8076
normalizar en la adultez esa violencia, así como las experiencias de abuso y explotación
vividas en su infancia o adolescencia (un 53% de las mujeres que formaron parte de
la muestra de su estudio habían experimentado abusos en su infancia). Las mujeres
adictas víctimas de violencia de género, comparadas con las de la población general, se
caracterizan en mayor medida por tener hijas/os, no tener pareja fija (sino una sucesión
de parejas de duración limitada que reproducen con habitualidad relaciones de violencia)
y por haber experimentado de una forma constante e insidiosa diversas violencias por
parte de los diversos hombres de su entorno (Arana y Comas, 2019).
En privado, la mujer con TCS y/o adicta a otras conductas es tachada de mala madre,
porque no cuida de sus hijas/os, y/o como una esposa irresponsable, porque no considera
las necesidades de su marido. En público es vista como imperdonablemente fuera de
control respecto de su situación doméstica o laboral y también como una mujer en la que
no se puede confiar (Mendoza, Gómez y Medina-Mora, 1996), además de considerarse
que es promiscua o prostituta casi con total seguridad. La mujer que bebe o se droga
está más fácilmente identificada con una persona que presenta una cierta deficiencia
moral, por lo que cuando es víctima de violencia suele tenderse minimizar la gravedad
de la agresión (Farapi, 2007) o, incluso, su rol de víctima quede cuestionado (Albajes y
Aleu, 2005, en Farapi, 2007; Martínez-Redondo, 2009:216-220).
Este Informe también evidencia que:
•
La violencia contra las mujeres se ceba de una manera proporcionalmente muy
significativa sobre las mujeres drogodependientes, siendo su frecuencia de victimización
muy superior, infinitamente superior, a juicio de Arana y Comas (2019) a la de otros
segmentos sociales.
• La adicción femenina y la violencia de género son elementos asociados en ambos sentidos.
Cada uno de ellos incide de forma recíproca en el otro: el consumo de sustancias aumenta
el riesgo de experimentar violencia, de la misma manera que la violencia aumenta el
riesgo de adicción como estrategia de afrontamiento de esas experiencias (Simonelli,
Pasquali, y De Palo, 2014). Lo previsible y comprensible es que la adicción y las violencias
de género se retroalimenten fácilmente como dinámicas y sistemas de relaciones en la
vida de las mujeres (Martínez-Redondo, 2010).
La violencia y la adicción pueden funcionar como factores antecedentes o consecuentes,
pero en ningún caso la adicción es el origen de la violencia. La violencia es producto de
unas relaciones de poder determinadas.
La sobrexposición que enfrentan estas mujeres a situaciones de violencia suele ser vista,
demasiado a menudo, como parte de las patologías que envuelven el uso problemático
Viernes 3 de febrero de 2023
8076
normalizar en la adultez esa violencia, así como las experiencias de abuso y explotación
vividas en su infancia o adolescencia (un 53% de las mujeres que formaron parte de
la muestra de su estudio habían experimentado abusos en su infancia). Las mujeres
adictas víctimas de violencia de género, comparadas con las de la población general, se
caracterizan en mayor medida por tener hijas/os, no tener pareja fija (sino una sucesión
de parejas de duración limitada que reproducen con habitualidad relaciones de violencia)
y por haber experimentado de una forma constante e insidiosa diversas violencias por
parte de los diversos hombres de su entorno (Arana y Comas, 2019).
En privado, la mujer con TCS y/o adicta a otras conductas es tachada de mala madre,
porque no cuida de sus hijas/os, y/o como una esposa irresponsable, porque no considera
las necesidades de su marido. En público es vista como imperdonablemente fuera de
control respecto de su situación doméstica o laboral y también como una mujer en la que
no se puede confiar (Mendoza, Gómez y Medina-Mora, 1996), además de considerarse
que es promiscua o prostituta casi con total seguridad. La mujer que bebe o se droga
está más fácilmente identificada con una persona que presenta una cierta deficiencia
moral, por lo que cuando es víctima de violencia suele tenderse minimizar la gravedad
de la agresión (Farapi, 2007) o, incluso, su rol de víctima quede cuestionado (Albajes y
Aleu, 2005, en Farapi, 2007; Martínez-Redondo, 2009:216-220).
Este Informe también evidencia que:
•
La violencia contra las mujeres se ceba de una manera proporcionalmente muy
significativa sobre las mujeres drogodependientes, siendo su frecuencia de victimización
muy superior, infinitamente superior, a juicio de Arana y Comas (2019) a la de otros
segmentos sociales.
• La adicción femenina y la violencia de género son elementos asociados en ambos sentidos.
Cada uno de ellos incide de forma recíproca en el otro: el consumo de sustancias aumenta
el riesgo de experimentar violencia, de la misma manera que la violencia aumenta el
riesgo de adicción como estrategia de afrontamiento de esas experiencias (Simonelli,
Pasquali, y De Palo, 2014). Lo previsible y comprensible es que la adicción y las violencias
de género se retroalimenten fácilmente como dinámicas y sistemas de relaciones en la
vida de las mujeres (Martínez-Redondo, 2010).
La violencia y la adicción pueden funcionar como factores antecedentes o consecuentes,
pero en ningún caso la adicción es el origen de la violencia. La violencia es producto de
unas relaciones de poder determinadas.
La sobrexposición que enfrentan estas mujeres a situaciones de violencia suele ser vista,
demasiado a menudo, como parte de las patologías que envuelven el uso problemático