Servicio Extremeño De Salud. Subvenciones. (2023060369)
Resolución de 27 de diciembre de 2022, de la Dirección Gerencia, por la que se concede una subvención directa a la entidad Asociación Atabal para la atención y tratamiento de las adicciones, para el desarrollo del Programa "Mujer, adicción y violencia de género".
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NÚMERO 24
Viernes 3 de febrero de 2023
8075
• Una mayor prevalencia de violencia entre las mujeres usuarias de drogas que entre los
hombres con TCS.
• Mayor uso de sustancias psicoactivas entre las personas que han experimentado violencia
en su vida que entre las que no la han vivido.
• Detección de violencia más generalizada y sistemática experimentada por las mujeres,
particularmente entre ciertos grupos vulnerables (como prostitutas o mujeres
embarazadas).
Quinto. En cuanto a las razones que explican la prevalencia de victimización de las mujeres
consumidoras, son varios los argumentos:
• El propio sistema sexo-género (Rubin, 1975), que permite afirmar que las mujeres
adictas son más penalizadas que los hombres ante el mismo comportamiento, por estar
éste en la esfera de lo entendido como masculino, y así incurrir en una doble transgresión
y estigma respecto de “sus” mandatos de género: por su ruptura o el incumplimiento
de los roles tradicionales de género que tienen asignados y por ser consumidoras de
drogas, y en mayor medida si son sustancias ilegales. No se ve de la misma manera la
transgresión de rol realizada por un hombre que la realizada por una mujer. Desde ahí,
por esa misma cuestión de género, va a recaer sobre ellas una doble penalización moral
y social (Martínez-Redondo, 2009), que a su vez “legitima” en mayor medida el ejercicio
de la violencia sobre ellas, por ser más “desviadas en formas socialmente inaceptables”
(Etorre, 2015).
E
n este contexto la violencia opera como castigo por transgredir la subordinación
impuesta por el sistema de género. Entre otras, la violencia física y/o sexual son las que
declaran ellas mismas experimentar con mayor habitualidad (Testa, Vancile-Tamsten y
Livingston, 2004; Folch, Casabona, Majó, Meroño, González et al., 2020).
• El propio contexto de la toxicomanía, que se caracteriza por ser un ambiente de violencia
y morbilidad (Stocco, Llopis, De Fazio, Calafat y Mendes, 2000) pone en situación de
mayor riesgo a las mujeres. El equipo de investigación que integraron esos autores
(Irefrea) encontró en esos espacios una importante representación de mujeres víctimas
de violencia sexual ejercida por la pareja (en un ambiente de gran deterioro de la
relación) así como las que perpetran personas con las que ellas tienen una escasa
relación, frecuentemente otros drogodependientes, el “camello”, etc.
Y
es que como se señala en el artículo de LLopis et al, (2005:145) “las experiencias de
violencia están presentes a lo largo de la biografía de la adicta”, en una constante espiral
de sumisión y agresión a lo largo de toda su vida (Stocco et al. 2000), hasta llegar a
Viernes 3 de febrero de 2023
8075
• Una mayor prevalencia de violencia entre las mujeres usuarias de drogas que entre los
hombres con TCS.
• Mayor uso de sustancias psicoactivas entre las personas que han experimentado violencia
en su vida que entre las que no la han vivido.
• Detección de violencia más generalizada y sistemática experimentada por las mujeres,
particularmente entre ciertos grupos vulnerables (como prostitutas o mujeres
embarazadas).
Quinto. En cuanto a las razones que explican la prevalencia de victimización de las mujeres
consumidoras, son varios los argumentos:
• El propio sistema sexo-género (Rubin, 1975), que permite afirmar que las mujeres
adictas son más penalizadas que los hombres ante el mismo comportamiento, por estar
éste en la esfera de lo entendido como masculino, y así incurrir en una doble transgresión
y estigma respecto de “sus” mandatos de género: por su ruptura o el incumplimiento
de los roles tradicionales de género que tienen asignados y por ser consumidoras de
drogas, y en mayor medida si son sustancias ilegales. No se ve de la misma manera la
transgresión de rol realizada por un hombre que la realizada por una mujer. Desde ahí,
por esa misma cuestión de género, va a recaer sobre ellas una doble penalización moral
y social (Martínez-Redondo, 2009), que a su vez “legitima” en mayor medida el ejercicio
de la violencia sobre ellas, por ser más “desviadas en formas socialmente inaceptables”
(Etorre, 2015).
E
n este contexto la violencia opera como castigo por transgredir la subordinación
impuesta por el sistema de género. Entre otras, la violencia física y/o sexual son las que
declaran ellas mismas experimentar con mayor habitualidad (Testa, Vancile-Tamsten y
Livingston, 2004; Folch, Casabona, Majó, Meroño, González et al., 2020).
• El propio contexto de la toxicomanía, que se caracteriza por ser un ambiente de violencia
y morbilidad (Stocco, Llopis, De Fazio, Calafat y Mendes, 2000) pone en situación de
mayor riesgo a las mujeres. El equipo de investigación que integraron esos autores
(Irefrea) encontró en esos espacios una importante representación de mujeres víctimas
de violencia sexual ejercida por la pareja (en un ambiente de gran deterioro de la
relación) así como las que perpetran personas con las que ellas tienen una escasa
relación, frecuentemente otros drogodependientes, el “camello”, etc.
Y
es que como se señala en el artículo de LLopis et al, (2005:145) “las experiencias de
violencia están presentes a lo largo de la biografía de la adicta”, en una constante espiral
de sumisión y agresión a lo largo de toda su vida (Stocco et al. 2000), hasta llegar a