Comunidad Autónoma Del Principado de Asturias. III. Otras disposiciones. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2025-12397)
Resolución de 14 de mayo de 2025, de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Deporte, por la que se incoa expediente para la declaración de la Trashumancia en Asturias, como bien de interés cultural de carácter inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Miércoles 18 de junio de 2025
Sec. III. Pág. 81189
torno a un nuevo tipo de asentamientos: los castros (Camino Mayor 2005; Villa
Valdés 2007; Marín Suárez 2011b). De forma análoga a otros territorios del noroeste
ibérico, y por primera vez en la historia regional, sucesivas generaciones de un mismo
grupo nacerán y morirán en un mismo poblado. Alrededor de ellos se articulará un nuevo
formato de paisaje cultural ligado a su estrategia agraria de base campesina y tendente a
la autosuficiencia (Fernández-Posse y Sánchez-Palencia 1998; Parcero-Oubiña 2002).
Los castros pueden ser considerados poblados estantes monumentalizados gracias
a la construcción colectiva de elementos defensivos (murallas, fosos, parapetos) y a la
selección de lugares prominentes en su entorno que incrementan su visibilidad y
relevancia simbólica. A su alrededor, las comunidades castreñas generarían un paisaje
territorializado en el que desplegarían un modelo productivo de base agraria. La
agricultura y la ganadería funcionarían de manera complementaria, tal y como nos
informan los análisis arqueobiológicos desarrollados en algunos castros de la
región (Camino Mayor 1996; Maya y Cuesta 2001; González-Álvarez et al. 2018). Las
actividades pastoriles propiciarían entonces formatos que podríamos considerar los
primeros referentes para la trasterminancia o trashumancia de valle en Asturias,
particularmente plausibles en las zonas montañosas al interior de la región (GonzálezÁlvarez 2011).
Resulta plausible imaginar que este nuevo régimen productivo de las comunidades
de la Edad del Hierro habría incidido en el aprovechamiento extensivo del territorio
asturiano, haciendo uso de la diversidad de ambientes disponibles en relativa
proximidad gracias a los cambios en altitud. En tal esquema, resulta previsible
considerar la existencia de establecimientos secundarios alejados de los castros para el
sostenimiento de las actividades pastoriles estacionales, semejantes funcionalmente a
las brañas (Torres Martínez 2003; Valladares 2005; Fanjul Peraza y Fernández
Riestra 2009; González-Álvarez 2011). Por desgracia, son limitadas las investigaciones
que han analizado arqueológicamente este tipo de espacios, por lo que nos movemos
aún en el terreno de las hipótesis pendientes de contrastación (GonzálezÁlvarez 2016). Para ello, sería necesario promover proyectos arqueológicos
innovadores que focalicen su atención en ámbitos espaciales inéditos hasta la fecha
para las investigaciones tradicionales de la prehistoria reciente cantábrica, como los
espacios de alta montaña (González-Álvarez 2019a) o los espacios agrarios situados al
exterior de los castros (Parcero-Oubiña 2006, 2021).
Tras la extensión militar del poder romano hacia el noroeste de la península
ibérica (29-19 a.C.) (Peralta Labrador et al. 2019; Costa-García et al. 2021), se asiste a
cambios sustanciales en las formas de vida de las comunidades que habitan el actual
territorio asturiano (Sastre 2001; Fernández Ochoa 2006; Marín Suárez y GonzálezÁlvarez 2011). El antiguo esquema poblacional articulado por los castros dará paso
paulatinamente a un poblamiento disperso formado por aldeas abiertas, villas y unos
pocos núcleos concentrados, cuyo conocimiento para la Arqueología regional es aún
parcial (especialmente en el caso de los asentamientos de menor entidad) (Fernández
Ochoa y Morillo 1999; Fernández Ochoa et al. 2004; Requejo Pagés 2014; Orejas y
Fernández Ochoa 2019). De este modo, cabe imaginar una transformación de los
esquemas productivos, entre los cuales debemos contextualizar los manejos pastoriles
que entrañan movilidad.
Las informaciones paleoambientales disponibles para la época romana apuntan a
una intensificación de la deforestación en los bosques situados a altitudes más
elevadas (pinares y abedulares) y en las zonas más bajas (robledales), al tiempo que se
incrementan los indicadores relativos a las actividades agropecuarias (LópezMerino 2009). Este proceso muestra una tendencia generalizada y relativamente
progresiva durante la Antigüedad y los comienzos de la Edad Media. Usualmente, las
transformaciones en el paisaje vegetal de la fase romana más temprana se suelen
vincular con la relevancia de la actividad minera (López-Merino et al. 2011, 2014). Sin
embargo, el protagonismo del pastoreo quizá no ha recibido aún la atención necesaria,
pese a que se insista en su importancia relativa frente a la agricultura en algunos de los
cve: BOE-A-2025-12397
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 146
Miércoles 18 de junio de 2025
Sec. III. Pág. 81189
torno a un nuevo tipo de asentamientos: los castros (Camino Mayor 2005; Villa
Valdés 2007; Marín Suárez 2011b). De forma análoga a otros territorios del noroeste
ibérico, y por primera vez en la historia regional, sucesivas generaciones de un mismo
grupo nacerán y morirán en un mismo poblado. Alrededor de ellos se articulará un nuevo
formato de paisaje cultural ligado a su estrategia agraria de base campesina y tendente a
la autosuficiencia (Fernández-Posse y Sánchez-Palencia 1998; Parcero-Oubiña 2002).
Los castros pueden ser considerados poblados estantes monumentalizados gracias
a la construcción colectiva de elementos defensivos (murallas, fosos, parapetos) y a la
selección de lugares prominentes en su entorno que incrementan su visibilidad y
relevancia simbólica. A su alrededor, las comunidades castreñas generarían un paisaje
territorializado en el que desplegarían un modelo productivo de base agraria. La
agricultura y la ganadería funcionarían de manera complementaria, tal y como nos
informan los análisis arqueobiológicos desarrollados en algunos castros de la
región (Camino Mayor 1996; Maya y Cuesta 2001; González-Álvarez et al. 2018). Las
actividades pastoriles propiciarían entonces formatos que podríamos considerar los
primeros referentes para la trasterminancia o trashumancia de valle en Asturias,
particularmente plausibles en las zonas montañosas al interior de la región (GonzálezÁlvarez 2011).
Resulta plausible imaginar que este nuevo régimen productivo de las comunidades
de la Edad del Hierro habría incidido en el aprovechamiento extensivo del territorio
asturiano, haciendo uso de la diversidad de ambientes disponibles en relativa
proximidad gracias a los cambios en altitud. En tal esquema, resulta previsible
considerar la existencia de establecimientos secundarios alejados de los castros para el
sostenimiento de las actividades pastoriles estacionales, semejantes funcionalmente a
las brañas (Torres Martínez 2003; Valladares 2005; Fanjul Peraza y Fernández
Riestra 2009; González-Álvarez 2011). Por desgracia, son limitadas las investigaciones
que han analizado arqueológicamente este tipo de espacios, por lo que nos movemos
aún en el terreno de las hipótesis pendientes de contrastación (GonzálezÁlvarez 2016). Para ello, sería necesario promover proyectos arqueológicos
innovadores que focalicen su atención en ámbitos espaciales inéditos hasta la fecha
para las investigaciones tradicionales de la prehistoria reciente cantábrica, como los
espacios de alta montaña (González-Álvarez 2019a) o los espacios agrarios situados al
exterior de los castros (Parcero-Oubiña 2006, 2021).
Tras la extensión militar del poder romano hacia el noroeste de la península
ibérica (29-19 a.C.) (Peralta Labrador et al. 2019; Costa-García et al. 2021), se asiste a
cambios sustanciales en las formas de vida de las comunidades que habitan el actual
territorio asturiano (Sastre 2001; Fernández Ochoa 2006; Marín Suárez y GonzálezÁlvarez 2011). El antiguo esquema poblacional articulado por los castros dará paso
paulatinamente a un poblamiento disperso formado por aldeas abiertas, villas y unos
pocos núcleos concentrados, cuyo conocimiento para la Arqueología regional es aún
parcial (especialmente en el caso de los asentamientos de menor entidad) (Fernández
Ochoa y Morillo 1999; Fernández Ochoa et al. 2004; Requejo Pagés 2014; Orejas y
Fernández Ochoa 2019). De este modo, cabe imaginar una transformación de los
esquemas productivos, entre los cuales debemos contextualizar los manejos pastoriles
que entrañan movilidad.
Las informaciones paleoambientales disponibles para la época romana apuntan a
una intensificación de la deforestación en los bosques situados a altitudes más
elevadas (pinares y abedulares) y en las zonas más bajas (robledales), al tiempo que se
incrementan los indicadores relativos a las actividades agropecuarias (LópezMerino 2009). Este proceso muestra una tendencia generalizada y relativamente
progresiva durante la Antigüedad y los comienzos de la Edad Media. Usualmente, las
transformaciones en el paisaje vegetal de la fase romana más temprana se suelen
vincular con la relevancia de la actividad minera (López-Merino et al. 2011, 2014). Sin
embargo, el protagonismo del pastoreo quizá no ha recibido aún la atención necesaria,
pese a que se insista en su importancia relativa frente a la agricultura en algunos de los
cve: BOE-A-2025-12397
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Núm. 146