Comunidad Autónoma Del Principado de Asturias. III. Otras disposiciones. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2025-12397)
Resolución de 14 de mayo de 2025, de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Deporte, por la que se incoa expediente para la declaración de la Trashumancia en Asturias, como bien de interés cultural de carácter inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Miércoles 18 de junio de 2025
Sec. III. Pág. 81209
documenta, por ejemplo, en zonas del Pirineo, materializándose en las «pacerías
internacionales» (Pallaruelo 1988). Los rebaños de ovejas merinas permanecerían en
los pastizales alpinos hasta comienzos del mes de octubre, cuando iniciarían su retorno
de vuelta hacia las dehesas de Extremadura donde pasarían el invierno, hasta el inicio
de un nuevo ciclo trashumante (Rodríguez Pascual 2004).
Los pastores que conducían estos rebaños ovinos hacia las montañas cantábricas
recorrían largas distancias a pie siguiendo las cañadas o vías pecuarias (Rodríguez
Pascual y Fernández 2010), en un viaje que duraba entre veinte y treinta días,
acompañados de sus perros pastores y mulas de carga. La extensión del ferrocarril en el
siglo XIX, y la generalización del transporte rodado por carretera en el siglo XX se irían
incorporando como medios de transporte de los rebaños para parte o todo el viaje
trashumante entre Extremadura y el piedemonte cantábrico, por lo que las vías pecuarias
transitadas por los antiguos rebaños mesteños caerían en el desuso, lo cual ha
propiciado su declive o transformación hacia nuevos usos (e.g. Espluga et al. 1999).
Los rebaños trashumantes de merinas estaban en manos de grandes propietarios,
quienes recurrían a pastores asalariados para llevar a cabo esta actividad. La
organización del trabajo en la vigilancia de los rebaños generaba una compleja
estructura organizativa, con diferentes escalas de responsabilidad ligadas a ocupaciones
específicas y procesos de aprendizaje (Gómez Sal y Rodríguez Pascual 1992). Esta
estructura de trabajo garantizaba la logística de la actividad pastoril, encargándose de
los suministros a los pastores asalariados, el alimento para los perros pastores, las
relaciones con las comunidades locales o el transporte entre los dos extremos de la ruta
trashumante.
El aprovechamiento de los pastizales de la cordillera Cantábrica era posible para
estos rebaños a través de acuerdos de arrendamiento para el usufructo de esos terrenos
que se establecían entre los propietarios de los rebaños y las comunidades locales.
Normalmente, estas detentaban los derechos de aprovechamiento de los pastos más
elevados (habitualmente denominados puertos pirenaicos) al ser estos terrenos
comunales de gestión vecinal. Los acuerdos incluían dinero y ciertos pagos en especie.
Los pastores permanecían en cabañas hechas fundamentalmente con materiales
perecederos (chozos o corros) que construían a su llegada a los puertos de montaña a
finales de mayo (Rodríguez Pascual 2004). Estas estructuras eran lo suficientemente
robustas como para que durasen algunos años, aunque no era extraño que cada año los
jóvenes locales destruyesen las cabañas una vez los pastores de merinas retornaban al
mediodía peninsular (López Álvarez y Graña García 2003). No eran estos meros actos
de vandalismo, sino que los jóvenes locales ayudarían a su reconstrucción al año
siguiente. A cambio, los pastores organizaban celebraciones en las que se serviría carne
de cordero, tras sacrificar alguno de los animales del rebaño: una de las pocas
ocasiones en las que las ovejas del rebaño serían sacrificadas para su consumo. Este es
un buen ejemplo de cómo los pactos entre los pastores y las comunidades locales
adoptaban ciertos patrones ritualizados o simbólicos, más allá de los arreglos
económicos de arrendamiento, algo propio de espacios liminales o de frontera, como
podemos considerar estos pastizales de montaña de la cordillera Cantábrica.
Adyacentes a los chozos que alojaban a los pastores, los rebaños eran guardados en
grandes corrales o encerraderos erigidos habitualmente en piedra en seco. Muchas de
estas estructuras pastoriles se encuentran hoy abandonadas, salpicando las praderías
alpinas y subalpinas de la cordillera Cantábrica, sin que su antigüedad haya sido
investigada con el detalle que merecerían (González-Álvarez 2019a). El uso estacional
de estos establecimientos pastoriles determinaba procesos constructivos sencillos,
aunque también es posible identificar patrones formales sofisticados que revelan el
interés cultural de estas estructuras.
cve: BOE-A-2025-12397
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 146
Miércoles 18 de junio de 2025
Sec. III. Pág. 81209
documenta, por ejemplo, en zonas del Pirineo, materializándose en las «pacerías
internacionales» (Pallaruelo 1988). Los rebaños de ovejas merinas permanecerían en
los pastizales alpinos hasta comienzos del mes de octubre, cuando iniciarían su retorno
de vuelta hacia las dehesas de Extremadura donde pasarían el invierno, hasta el inicio
de un nuevo ciclo trashumante (Rodríguez Pascual 2004).
Los pastores que conducían estos rebaños ovinos hacia las montañas cantábricas
recorrían largas distancias a pie siguiendo las cañadas o vías pecuarias (Rodríguez
Pascual y Fernández 2010), en un viaje que duraba entre veinte y treinta días,
acompañados de sus perros pastores y mulas de carga. La extensión del ferrocarril en el
siglo XIX, y la generalización del transporte rodado por carretera en el siglo XX se irían
incorporando como medios de transporte de los rebaños para parte o todo el viaje
trashumante entre Extremadura y el piedemonte cantábrico, por lo que las vías pecuarias
transitadas por los antiguos rebaños mesteños caerían en el desuso, lo cual ha
propiciado su declive o transformación hacia nuevos usos (e.g. Espluga et al. 1999).
Los rebaños trashumantes de merinas estaban en manos de grandes propietarios,
quienes recurrían a pastores asalariados para llevar a cabo esta actividad. La
organización del trabajo en la vigilancia de los rebaños generaba una compleja
estructura organizativa, con diferentes escalas de responsabilidad ligadas a ocupaciones
específicas y procesos de aprendizaje (Gómez Sal y Rodríguez Pascual 1992). Esta
estructura de trabajo garantizaba la logística de la actividad pastoril, encargándose de
los suministros a los pastores asalariados, el alimento para los perros pastores, las
relaciones con las comunidades locales o el transporte entre los dos extremos de la ruta
trashumante.
El aprovechamiento de los pastizales de la cordillera Cantábrica era posible para
estos rebaños a través de acuerdos de arrendamiento para el usufructo de esos terrenos
que se establecían entre los propietarios de los rebaños y las comunidades locales.
Normalmente, estas detentaban los derechos de aprovechamiento de los pastos más
elevados (habitualmente denominados puertos pirenaicos) al ser estos terrenos
comunales de gestión vecinal. Los acuerdos incluían dinero y ciertos pagos en especie.
Los pastores permanecían en cabañas hechas fundamentalmente con materiales
perecederos (chozos o corros) que construían a su llegada a los puertos de montaña a
finales de mayo (Rodríguez Pascual 2004). Estas estructuras eran lo suficientemente
robustas como para que durasen algunos años, aunque no era extraño que cada año los
jóvenes locales destruyesen las cabañas una vez los pastores de merinas retornaban al
mediodía peninsular (López Álvarez y Graña García 2003). No eran estos meros actos
de vandalismo, sino que los jóvenes locales ayudarían a su reconstrucción al año
siguiente. A cambio, los pastores organizaban celebraciones en las que se serviría carne
de cordero, tras sacrificar alguno de los animales del rebaño: una de las pocas
ocasiones en las que las ovejas del rebaño serían sacrificadas para su consumo. Este es
un buen ejemplo de cómo los pactos entre los pastores y las comunidades locales
adoptaban ciertos patrones ritualizados o simbólicos, más allá de los arreglos
económicos de arrendamiento, algo propio de espacios liminales o de frontera, como
podemos considerar estos pastizales de montaña de la cordillera Cantábrica.
Adyacentes a los chozos que alojaban a los pastores, los rebaños eran guardados en
grandes corrales o encerraderos erigidos habitualmente en piedra en seco. Muchas de
estas estructuras pastoriles se encuentran hoy abandonadas, salpicando las praderías
alpinas y subalpinas de la cordillera Cantábrica, sin que su antigüedad haya sido
investigada con el detalle que merecerían (González-Álvarez 2019a). El uso estacional
de estos establecimientos pastoriles determinaba procesos constructivos sencillos,
aunque también es posible identificar patrones formales sofisticados que revelan el
interés cultural de estas estructuras.
cve: BOE-A-2025-12397
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 146