Comunidad Autónoma Del Principado de Asturias. III. Otras disposiciones. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2025-12397)
Resolución de 14 de mayo de 2025, de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Deporte, por la que se incoa expediente para la declaración de la Trashumancia en Asturias, como bien de interés cultural de carácter inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Miércoles 18 de junio de 2025

Sec. III. Pág. 81206

ganadera estaba compuesta por reses de vacuno, principalmente, aunque también
criaban ganado menor (ovejas, cabras y cerdos), el cual perdió importancia a partir de
mediados del siglo XX, hasta quedar completamente relegado durante las últimas
décadas (Feo Parrondo 1985; Sánchez Fernández 1990).
A primera vista, los asentamientos de verano de los vaqueiros d’alzada se asemejan
a los pueblos o aldeas campesinas del paisaje rural asturiano, con grandes casas,
establos y pajares, rodeados de pequeños huertos y prados cercados. No obstante, una
serie de rasgos particulares los diferencian. Por ejemplo, el parcelario de los pueblos
vaqueiros muestra singularidades morfológicas que reflejan la limitada relevancia de los
cultivos de cereal, frente a la predominancia de los aprovechamientos ganaderos. Por su
parte, la arquitectura de las estructuras domésticas se diferencia de otras localidades
rurales asturianas, tanto a nivel formal como funcional. Estas diferencias entre los
pueblos estantes y los habitados por vaqueiros eran observables hace unas pocas
décadas, cuando el sistema trashumante de los vaqueiros d’alzada aún se desarrollaba
con relativa vigencia; pero pueden ser también rastreados históricamente unos siglos
atrás (García Martínez 1988; Fernández Mier 1999).
Los principales espacios de la casa tradicional vaqueira son el establo y el pajar,
estancias que determinaban la forma y tamaño de las viviendas. Estas se erigían de
piedra, ordenándose dentro del asentamiento sin una disposición demasiado nucleada.
Eran características sus techumbres vegetales compuestas por escobas, que fueron
progresivamente reemplazadas por losas de pizarra o tejas cerámicas a lo largo del
siglo XX (González-Álvarez y Alonso González 2014). En origen, la morfología de las
viviendas tradicionales vaqueiras era similar a la de las cabañas más complejas de las
brañas equinocciales propias de los modelos de trashumancia de valle o trasterminancia
(García Martínez 1988), aunque los vaqueiros d’alzada establecían sus asentamientos
estivales a mayor altitud, en ubicaciones más propias de brañas estivales de esos
modelos trasterminantes de valle.
Las casas forman el núcleo de los asentamientos vaqueiros estivales, alrededor de
las cuales se disponen prados cercados y algunos huertos, mientras que, por regla
general, permanecen ausentes construcciones habituales en las aldeas campesinas
asturianas, como los hórreos, paneras y cabazos, o los molinos harineros. Lo anterior,
junto a las reducidas dimensiones de los espacios de cultivo, reflejan la limitada
relevancia de la agricultura, frente a la centralidad de las actividades ganaderas. Lo cual
determinaba la amplitud de los prados cercados para la siega, que en ocasiones estaban
alimentados con redes de canales y presas para el riego. Los prados para la siega se
situaban en los espacios más fértiles del entorno, y eran de propiedad familiar, cercados
por muros de piedra seca. Más lejos, se disponían los pastos colectivos, que constituían
el sustento principal de los rebaños, fundamentalmente compuestos por ganado vacuno.
Los asentamientos invernales eran denominados brañas de invierno, brañas de baxo
o pueblos de invierno. Mostraban unas características semejantes a lo ya descrito para
los pueblos de verano, aunque la peor calidad de sus suelos constituía la principal
limitación para su aprovechamiento. De nuevo, la morfología del parcelario de estos
asentamientos se diferencia respecto a la estructura del terrazgo en las aldeas estantes
(Fernández Mier 1996: 306–7). Estos enclaves servían de refugio invernal para las
familias vaqueiras, que tradicionalmente no podían permanecer en las montañas durante
los meses más fríos. No obstante, la extensión de la electricidad, la mejora en las
comunicaciones y la disponibilidad de piensos y otros insumos con los que sostener el
ganado durante los meses más duros del invierno cambió este límite a partir de las
últimas décadas del siglo XX, cuando su permanencia en sus localidades estivales se
hizo posible a lo largo de todo el año. Tales cambios han propiciado una progresiva
sedentarización de los vaqueiros d’alzada (Feo Parrondo 1985; Cantero 2003; Rodríguez
Fernández 2006; González-Álvarez 2008), existiendo diferentes situaciones según las
cuales diferentes familias establecerían sus moradas de forma permanente en las
brañas-pueblo estivales o en las invernales.

cve: BOE-A-2025-12397
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Núm. 146