III. Otras disposiciones. COMUNIDAD AUTÓNOMA DE EXTREMADURA. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2024-7590)
Decreto 25/2024, de 26 de marzo, por el que se declara bien de interés cultural el "Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida", de la localidad de Mérida (Badajoz), con carácter de patrimonio cultural inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Martes 16 de abril de 2024

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Alcestes, Macaria (en Hércules) y Fedra. Esta última tragedia podría ser la más misógina,
por el tema del acoso sexual, pero no es imputable en modo alguno a Eurípides. Sófocles
también escribió otra Fedra (perdida); y, por otra parte, Fedra sufre el triste destino de no
ver cumplidos sus deseos además del suicidio que sigue tras dejar una carta en la que
acusa falsamente a Hipólito. Es la tragedia de la patología erótica, más que la tragedia de
Fedra. Por eso Racine añadió a Séneca el componente de los celos por la diosa virgen,
más deseada por Hipólito que la propia madrastra. Unamuno la hizo más humana, en la
línea de Racine. El tema es tan viejo que se encuentra ya en el Génesis.
Y todas estas guerras encontraron eco en la comedia contemporánea de Aristófanes:
«La Paz», «las Aves», «Lisístrata». Por lo general, de manera ridícula. En el
«Misúmenos» («Odiado») de Menandro, precedente del «Miles Gloriosus» plautino, al
soldadote bárbaro, su querida, traída de oriente (el anverso de Casandra o de
Andrómaca), le cierra la puerta y le deja a la intemperie. El soldado es ya objeto de risa,
nada tiene que ver con el héroe épico, ni siquiera con el soldado anónimo de las
Termópilas, Maratón o Salamina.
Pero, es sobre todo en la tragedia contemporánea en la que se observa la barbarie
de la guerra, paradójicamente desde el lado del vencedor: las tragedias de Esquilo,
Sófocles y Eurípides se remontan al mito, pero se trata de un mito redivivo en las guerras
contra los persas primero, y en las guerras del Peloponeso después. El fracaso de los
persas por atreverse a invadir Grecia y el de los atenienses por hacer lo propio con la
expedición a Sicilia son parejos, y ambos históricos, pero con resonancias míticas en
«Los Persas», «Los Troyanos», o «Las Fenicias», por poner algún ejemplo.
Las tragedias de Séneca vuelven a resucitar las viejas discordias de las casas de
Tebas, Corinto y Micenas; pero las «domesticas discordicis» de la dinastía Julio-ClaudiaDomicia eran la reencarnación cierta del mito. Nunca estuvieron más cerca mito y
realidad –reconocen Gaston Boissier y Eckard Lefevre–.
Y en la trastienda de la guerra, la lucha por defender su jardín, que decía Carlos
Saura, la lucha por el poder, en un sentido más amplio. Caín y Abel ya en el Génesis,
Eteocles y Polinices en la lucha por el trono de Tebas (Los siete contra Tebas), Atreo y
Tiestes, en la disputa del trono de Micenas, Agamenón y Menelao por la aniquilación de
Troya, hasta las últimas consecuencias, con la muerte del inocente Astianacte, para que
no se reavivara la hoguera de futuras discordias («Las Troyanas» de Eurípides y Séneca).
La guerra es el tema central de «Los Persas» de Esquilo, de varias tragedias de
Eurípides («Agamenón», «Siete contra Tebas», «Las Suplicantes», «Andrómaca»,
«Hécuba», «Las Troyanas»), de Séneca («Las Troyanas»), de Shakespeare
(«Coriolano»), de Corneille («Horacio», «Cinna») y de Racine («Andrómaca», «Ifigenia»),
por citar sólo algunos ejemplos.
Desde Esquilo siempre hay un denominador común: el castigo a la desmesura de los
vencedores. Jerjes es el primer ejemplo. Joven insensato ha osado romper el orden
natural cruzando a pie enjuto lo que es mar; ha puesto un yugo sobre el ponto para
dominar lo que es competencia y dominio de los dioses en exclusiva. Jerjes obedece a
su orgullo y el orgullo desagrada a los dioses: «Ate atrae a los hombres a sus redes de
donde ninguno será capaz de salir» (v. 98).
En Eurípides las tragedias sobre la guerra tienen connotaciones más actuales y
eternas. Agamenón, como Jerjes, es el rey imprudente que emprende una guerra por
«una mujer que fue de muchos maridos» y en su permisiva tolerancia de vencedor, dejó
incendiar los santuarios de los dioses. La pasión amorosa y el orgullo herido pesan más
que los miles de griegos y troyanos muertos, que el incendio de los templos, que el
quebranto de la más mínima piedad para con el vencido.
Eurípides, el más moderno de los trágicos, condena los excesos de la guerra y la
propia guerra. En «Las Suplicantes» trata el derecho a sepultar a los muertos tras una
batalla (los beocios habían impedido esto a los atenienses en Delión). En «Antígona»
sucede otro tanto con Polinices.
Como sucede en la poesía épica, portadora de los valores patrióticos: «Que menos
es querer matar a un hermano / que contra el Rey y la Patria se levanta», dice Vasco de

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Núm. 93