III. Otras disposiciones. COMUNIDAD AUTÓNOMA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2023-13947)
Resolución de 11 de enero de 2023, de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Turismo, por la que se incoa expediente para la declaración de la cultura del azabache, como bien de interés cultural de carácter inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Lunes 12 de junio de 2023
Sec. III. Pág. 83617
sostenerse a juzgar por otras comparables que se localizan tanto en regiones cercanas
como Galicia u otras más alejadas.
Esos aderezos de azabache, esa joyería negra, no era habitual entre las féminas
asturianas: en una cata realizada en protocolos notariales de mujeres solteras o viudas
con capacidad jurídica para testar en nuestra tierra, no se mencionan esas piezas
aunque sí detallen piezas de plata de uso doméstico o ropas dejadas por la difunta.
Puede suceder que no se haya dado con ellas, o bien que fueran objeto de donaciones
en vida (por ejemplo, un rosario de azabache con cruz de plata o unos zarcillos) o que no
tuvieran, sencillamente, esa consideración de joyas u objetos valiosos.
De hecho, en ese interesante artículo de Fe Santoveña sobre los «aderezos de
aldeana», que aborda la segunda mitad del XIX a través del fondo de un fotógrafo
asentado en Llanes, esboza un panorama que resulta tan verosímil como sorprendente.
Abordando la cuestión al hilo de la indumentaria propia de esta tierra, expresa cómo los
textos de Juan de Dios de la Rada y Delgado (1860) y los grabados de José Cuevas
para La Ilustración Gallega y Asturiana (1880-83) establecieron una imagen de
collaradas o sartas de corales, de las que pendían medallas de vírgenes y santos,
dengues de terciopelo, botones metálicos…, que no se ajustan realmente a lo que la
fotografía de aquel tiempo acredita. No obstante, se codificó como la tradicional
asturiana (traje del país) en una elaboración de las élites culturales de fines del XIX y se
ha asumido como propia, convertiéndola, diríamos, en canónica (artículo cit., p. 313).
En cuanto a los collares, lo común es que sean una sencilla vuelta de azabache,
como podrían serlo de coral, por las mismas razones esgrimidas de su carácter
protector: una sarta sencilla, lejos de fórmulas más elaboradas que reflejarían otras
circunstancias. Un ejemplo extraordinario lo encontramos en este collar de cuentas
facetadas, con varias décadas de antigüedad que mostramos a la izquierda. Este tipo de
pieza ya no es común: antaño había personas especializadas en preparar este tipo de
cuentas, como el ya mencionado Néstor Costales, que vendía a otros artífices para que
las encajaran en sus creaciones. La mayoría de los profesionales ya no lo ejecutan,
salvo por encargo, y alcanzan un precio elevado que es por otro lado, lógico.
No resulta fácil sintetizar lo hasta aquí expuesto pero, a la vista de las piezas y
material gráfico manejado, tanto locales como foráneos, lo que advertimos es que
joyería, bisutería y artesanía han recurrido al azabache y a otros productos de apariencia
similar (porque buscan justamente imitarlo) de manera recurrente, apareciendo en el
mundo occidental y en la Península Ibérica en distintos contextos, probando así una
cultura compartida. En lo tocante a la asociación de estos productos con la muerte, tal
vínculo que venía de antiguo se intensifica en el siglo XIX.
En cuanto a la tipificación de lo que es identitario de Asturias, al producirse este
fenómeno de codificación de la indumentaria y por ende, de los aderezos, también en
ese contexto decimonónico se establece como característico aunque no lo sea en
exclusiva (es decir, propio regional) ni con formatos únicos (formas en las que se
presenta aquí): el gusto burgués imperante, con sus recursos formales incide en la
codificación. No obstante, esas sencillas alhajas, como pendientes, alfileres o broches, o
sencillos collares de cuentas fueron habituales en Asturias y su producción, siguiendo
tales patrones, sí se ha mantenido hasta hoy, con un trabajo en el que el accionamiento
de la maquinaria puede ser ya eléctrico pero la mano sabia y el ojo atento del profesional
continúan siendo imprescindibles.
Por otro lado, antes no eran habituales las piezas singulares de joyería (preciosas,
en el sentido de únicas) con trabajos muy elaborados (tales como marqueterías, encajes
y en combinación con orfebrería) y ahora esa componente de diseño, innovación y estilo
propio del profesional son apreciados, ocupando una parte relevante del mercado. Así,
coexisten las piezas que denominamos tradicionales: siguen siendo elaboradas
conforme a esos patrones y comercializadas, porque hay una demanda que es tanto
propia de los asturianos como reclamo o «souvenir» para los foráneos, junto a piezas
singulares en las que se revela en buen oficio y el gusto propio de cada uno de ellos.
cve: BOE-A-2023-13947
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 139
Lunes 12 de junio de 2023
Sec. III. Pág. 83617
sostenerse a juzgar por otras comparables que se localizan tanto en regiones cercanas
como Galicia u otras más alejadas.
Esos aderezos de azabache, esa joyería negra, no era habitual entre las féminas
asturianas: en una cata realizada en protocolos notariales de mujeres solteras o viudas
con capacidad jurídica para testar en nuestra tierra, no se mencionan esas piezas
aunque sí detallen piezas de plata de uso doméstico o ropas dejadas por la difunta.
Puede suceder que no se haya dado con ellas, o bien que fueran objeto de donaciones
en vida (por ejemplo, un rosario de azabache con cruz de plata o unos zarcillos) o que no
tuvieran, sencillamente, esa consideración de joyas u objetos valiosos.
De hecho, en ese interesante artículo de Fe Santoveña sobre los «aderezos de
aldeana», que aborda la segunda mitad del XIX a través del fondo de un fotógrafo
asentado en Llanes, esboza un panorama que resulta tan verosímil como sorprendente.
Abordando la cuestión al hilo de la indumentaria propia de esta tierra, expresa cómo los
textos de Juan de Dios de la Rada y Delgado (1860) y los grabados de José Cuevas
para La Ilustración Gallega y Asturiana (1880-83) establecieron una imagen de
collaradas o sartas de corales, de las que pendían medallas de vírgenes y santos,
dengues de terciopelo, botones metálicos…, que no se ajustan realmente a lo que la
fotografía de aquel tiempo acredita. No obstante, se codificó como la tradicional
asturiana (traje del país) en una elaboración de las élites culturales de fines del XIX y se
ha asumido como propia, convertiéndola, diríamos, en canónica (artículo cit., p. 313).
En cuanto a los collares, lo común es que sean una sencilla vuelta de azabache,
como podrían serlo de coral, por las mismas razones esgrimidas de su carácter
protector: una sarta sencilla, lejos de fórmulas más elaboradas que reflejarían otras
circunstancias. Un ejemplo extraordinario lo encontramos en este collar de cuentas
facetadas, con varias décadas de antigüedad que mostramos a la izquierda. Este tipo de
pieza ya no es común: antaño había personas especializadas en preparar este tipo de
cuentas, como el ya mencionado Néstor Costales, que vendía a otros artífices para que
las encajaran en sus creaciones. La mayoría de los profesionales ya no lo ejecutan,
salvo por encargo, y alcanzan un precio elevado que es por otro lado, lógico.
No resulta fácil sintetizar lo hasta aquí expuesto pero, a la vista de las piezas y
material gráfico manejado, tanto locales como foráneos, lo que advertimos es que
joyería, bisutería y artesanía han recurrido al azabache y a otros productos de apariencia
similar (porque buscan justamente imitarlo) de manera recurrente, apareciendo en el
mundo occidental y en la Península Ibérica en distintos contextos, probando así una
cultura compartida. En lo tocante a la asociación de estos productos con la muerte, tal
vínculo que venía de antiguo se intensifica en el siglo XIX.
En cuanto a la tipificación de lo que es identitario de Asturias, al producirse este
fenómeno de codificación de la indumentaria y por ende, de los aderezos, también en
ese contexto decimonónico se establece como característico aunque no lo sea en
exclusiva (es decir, propio regional) ni con formatos únicos (formas en las que se
presenta aquí): el gusto burgués imperante, con sus recursos formales incide en la
codificación. No obstante, esas sencillas alhajas, como pendientes, alfileres o broches, o
sencillos collares de cuentas fueron habituales en Asturias y su producción, siguiendo
tales patrones, sí se ha mantenido hasta hoy, con un trabajo en el que el accionamiento
de la maquinaria puede ser ya eléctrico pero la mano sabia y el ojo atento del profesional
continúan siendo imprescindibles.
Por otro lado, antes no eran habituales las piezas singulares de joyería (preciosas,
en el sentido de únicas) con trabajos muy elaborados (tales como marqueterías, encajes
y en combinación con orfebrería) y ahora esa componente de diseño, innovación y estilo
propio del profesional son apreciados, ocupando una parte relevante del mercado. Así,
coexisten las piezas que denominamos tradicionales: siguen siendo elaboradas
conforme a esos patrones y comercializadas, porque hay una demanda que es tanto
propia de los asturianos como reclamo o «souvenir» para los foráneos, junto a piezas
singulares en las que se revela en buen oficio y el gusto propio de cada uno de ellos.
cve: BOE-A-2023-13947
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 139