III. Otras disposiciones. COMUNIDAD AUTÓNOMA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2023-13947)
Resolución de 11 de enero de 2023, de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Turismo, por la que se incoa expediente para la declaración de la cultura del azabache, como bien de interés cultural de carácter inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Lunes 12 de junio de 2023
Sec. III. Pág. 83616
Hecha esta consideración previa: ¿Cuáles son las formas habituales de esa joyería
de luto decimonónica en azabache y de sus imitaciones en ebonita y otros productos
industriales? En primer lugar, collares, de cuentas sencillas o con cadenas con diversos
eslabones, que podían incorporar un colgante central practicable que servía como
portarretratos o como estuche para el cabello (una suerte de relicario pagano), incluso
soluciones con cabello del difunto trenzado como materia propia de la joya…, todo ello
en relación con la custodia de la «memoria activa». Del mismo modo, hubo muchos
broches, pulseras y pendientes, en los que fue habitual la incorporación de facetas o
gallones, pero también los relieves de carácter naturalista.
A menudo, este repertorio se inspiraba en la naturaleza, ya fueran flores, frutos u
otros elementos vegetales, uniéndose a otros motivos tales como corazones o manos
femeninas sosteniendo diversos objetos. Uno de los modelos más repetidos sería un
broche en el que una mano femenina sostiene una flor, una rosa cortada por ejemplo,
pero también pensamientos, siemprevivas o margaritas…, con esa connotación de vida
sesgada de un adulto (cuando aparece con los pétalos abiertos) o de un niño (capullo).
Asimismo, tienen un peso específico símbolos tradicionales del cristianismo tales
como el ancla, la cruz (para uso como colgante o alfiler) y otros; ahora bien, la cruz se
utilizaba cotidianamente y en contextos diferentes al del luto. Es una pieza habitual en la
indumentaria incluso popular.
6.2 Otra joyería negra. Desde el medievo conocemos piezas de joyería en azabache
de notable factura, que exceden los parámetros de la artesanía y la producción a gran
escala. Buen ejemplo son las cruces, tanto de altar como procesionales, que se
documentan ya en el siglo XIV. Recoge Bieito Pérez cómo «en muchos casos se trataba de
esqueomorfos que reproducen los tipos propios de las cruces de metal y sus decoraciones.
La utilización de cruces de azabache era propia de los actos de Semana Santa, de los
ceremoniales de excomunión y de las celebraciones en tiempos de entredicho. La utilización
de cruces de azabache por la Inquisición está documentada, si bien los objetos escasean
debido a la falta de uso a lo largo de las últimas centurias y la fragilidad inherente a este tipo
de objetos».
Esta tradición no desaparece tanto en los ajuares litúrgicos como en la joyería de uso
o para adorno personal: a finales del XVIII y por supuesto, en el siglo XIX y comienzos
del XX, aparecen otros ejemplos de aderezos de azabache en nuestro país y por
supuesto, en Asturias, que pueden adoptar ocasionalmente un carácter religioso por su
tipología, pero también carecer de él y que no se asocian necesariamente a la condición
de luto.
Aparentemente, ese color y ese material se identifican como un marcador de estatus
y la pintura de ese período nos brinda ejemplos en los que no hay duda posible sobre la
posición social del que los porta.
Responderían a esa categoría los pendientes, propios de la condición femenina y
realmente comunes, realizados en azabache (así como en ebonita, por ejemplo), así
como los rosarios que pueden llevar cruz de plata o en el mismo mineral, o los crucifijos
a los que ya hicimos mención. Resulta curioso cómo el rosario, objeto de oración y
penitencia, se ha terminado incorporando a la indumentaria codificada como de mujer
asturiana, aunque no estuvieran presentes originalmente en ella. Del mismo modo, han
pasado a ser valiosos objetos transmitidos de generación en generación y
documentadas piezas de museo, como veremos.
Los rosarios conservados en joyeros familiares fechados en el último cuarto del siglo
XIX y reflejo de lo que es común e identitario en nuestra tierra, suelen ser sencillos: sus
cuentas, idénticas a las de un collar, se presentaban comúnmente facetadas, en
alternancia con otras de inferior tamaño achatadas, aunque también hay ejemplos de
cuentas poliédricas o gallonadas. En cuanto al engarce, podría realizarse en oro (los
menos), plata sobredorada, plata (estos metales pueden presentar trabajos de filigrana)
o incluso simple algodón negro.
Si la reflexión pudiera conducir a cuestionarnos sobre la especificidad de estas
sencillas piezas como objetos devocionales de nuestra tierra, no parece que pueda
cve: BOE-A-2023-13947
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 139
Lunes 12 de junio de 2023
Sec. III. Pág. 83616
Hecha esta consideración previa: ¿Cuáles son las formas habituales de esa joyería
de luto decimonónica en azabache y de sus imitaciones en ebonita y otros productos
industriales? En primer lugar, collares, de cuentas sencillas o con cadenas con diversos
eslabones, que podían incorporar un colgante central practicable que servía como
portarretratos o como estuche para el cabello (una suerte de relicario pagano), incluso
soluciones con cabello del difunto trenzado como materia propia de la joya…, todo ello
en relación con la custodia de la «memoria activa». Del mismo modo, hubo muchos
broches, pulseras y pendientes, en los que fue habitual la incorporación de facetas o
gallones, pero también los relieves de carácter naturalista.
A menudo, este repertorio se inspiraba en la naturaleza, ya fueran flores, frutos u
otros elementos vegetales, uniéndose a otros motivos tales como corazones o manos
femeninas sosteniendo diversos objetos. Uno de los modelos más repetidos sería un
broche en el que una mano femenina sostiene una flor, una rosa cortada por ejemplo,
pero también pensamientos, siemprevivas o margaritas…, con esa connotación de vida
sesgada de un adulto (cuando aparece con los pétalos abiertos) o de un niño (capullo).
Asimismo, tienen un peso específico símbolos tradicionales del cristianismo tales
como el ancla, la cruz (para uso como colgante o alfiler) y otros; ahora bien, la cruz se
utilizaba cotidianamente y en contextos diferentes al del luto. Es una pieza habitual en la
indumentaria incluso popular.
6.2 Otra joyería negra. Desde el medievo conocemos piezas de joyería en azabache
de notable factura, que exceden los parámetros de la artesanía y la producción a gran
escala. Buen ejemplo son las cruces, tanto de altar como procesionales, que se
documentan ya en el siglo XIV. Recoge Bieito Pérez cómo «en muchos casos se trataba de
esqueomorfos que reproducen los tipos propios de las cruces de metal y sus decoraciones.
La utilización de cruces de azabache era propia de los actos de Semana Santa, de los
ceremoniales de excomunión y de las celebraciones en tiempos de entredicho. La utilización
de cruces de azabache por la Inquisición está documentada, si bien los objetos escasean
debido a la falta de uso a lo largo de las últimas centurias y la fragilidad inherente a este tipo
de objetos».
Esta tradición no desaparece tanto en los ajuares litúrgicos como en la joyería de uso
o para adorno personal: a finales del XVIII y por supuesto, en el siglo XIX y comienzos
del XX, aparecen otros ejemplos de aderezos de azabache en nuestro país y por
supuesto, en Asturias, que pueden adoptar ocasionalmente un carácter religioso por su
tipología, pero también carecer de él y que no se asocian necesariamente a la condición
de luto.
Aparentemente, ese color y ese material se identifican como un marcador de estatus
y la pintura de ese período nos brinda ejemplos en los que no hay duda posible sobre la
posición social del que los porta.
Responderían a esa categoría los pendientes, propios de la condición femenina y
realmente comunes, realizados en azabache (así como en ebonita, por ejemplo), así
como los rosarios que pueden llevar cruz de plata o en el mismo mineral, o los crucifijos
a los que ya hicimos mención. Resulta curioso cómo el rosario, objeto de oración y
penitencia, se ha terminado incorporando a la indumentaria codificada como de mujer
asturiana, aunque no estuvieran presentes originalmente en ella. Del mismo modo, han
pasado a ser valiosos objetos transmitidos de generación en generación y
documentadas piezas de museo, como veremos.
Los rosarios conservados en joyeros familiares fechados en el último cuarto del siglo
XIX y reflejo de lo que es común e identitario en nuestra tierra, suelen ser sencillos: sus
cuentas, idénticas a las de un collar, se presentaban comúnmente facetadas, en
alternancia con otras de inferior tamaño achatadas, aunque también hay ejemplos de
cuentas poliédricas o gallonadas. En cuanto al engarce, podría realizarse en oro (los
menos), plata sobredorada, plata (estos metales pueden presentar trabajos de filigrana)
o incluso simple algodón negro.
Si la reflexión pudiera conducir a cuestionarnos sobre la especificidad de estas
sencillas piezas como objetos devocionales de nuestra tierra, no parece que pueda
cve: BOE-A-2023-13947
Verificable en https://www.boe.es
Núm. 139