III. Otras disposiciones. COMUNIDAD AUTÓNOMA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2023-13947)
Resolución de 11 de enero de 2023, de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Turismo, por la que se incoa expediente para la declaración de la cultura del azabache, como bien de interés cultural de carácter inmaterial.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Lunes 12 de junio de 2023

Sec. III. Pág. 83613

La segunda forma de honda tradición es la de cuenta facetada, por la que fue
particularmente conocido Néstor Costales, discípulo de Cristóbal Ordieres. Con Néstor
se formó Samuel González Díaz, de Oles, quizás el último artesano que haya aprendido
la técnica histórica por la vía de la transmisión oral, con el que hemos comentado esta
cuestión. El procedimiento es el siguiente: Se pela la bola; a partir de ella, se labra un
hexágono o un octógono, que sea igual de ancho y de alto y, a partir de ahí, se van
truncando sus ángulos. Si se comenzaba planteando un hexágono, se obtenían 24 o 32
facetas, que eran los formatos más habituales; si se partía del octógono, el resultado
eran 36 o 48 facetas (conocida esta última como «talla inglesa»), menos comunes por
resultar más complicado y precisar más tiempo. El diámetro máximo histórico de las
piezas era de 22 e incluso 24 mm, pero hoy sería difícil contar con piezas de más de 10
o 12 mm. Una vez preparada, se taladra la cuenta (por un lado primero y por el otro
después, no de extremo a extremo).
Existe asimismo la conocida como cuenta de talla asturiana: En este caso se parte
de un cubo o paralelepípedo rectangular al que se le practican ocho cortes, uno por cada
vértice (se cortan las aristas en planos oblicuos), resultando catorce caras por cuenta; es
la más sencilla de todas las hasta ahora mencionadas.
La tercera presentación tradicional era la del gallón: la más difícil de obtener, la más
cara para el comprador. Los husos se ejecutaban a base de lima, cuantos más hubiese
más complicación en la elaboración y más tiempo comprometía: exige detalle y
minuciosidad. Avelino Solares fue, probablemente, el último que lo hizo al modo
tradicional. Hubo quienes producían esas piezas en gran volumen, para ser montadas en
creaciones por otros artesanos; se recurre a una varilla afilada de paraguas para fijarla y
se van haciendo las incisiones de manera regular, para evitar un desigual espesor de
cada uno de los husos
En la actualidad, el accionamiento eléctrico de una maquinaria desarrollada para la
joyería es el que permite llevar a cabo estas tareas, pese a lo cual, nunca dejan de tener
una elevada componente manual, de mucho esmero y minuciosidad, en el que la
componente humana es fundamental. La introducción de esos motores se hizo ya por
una generación desaparecida que trabajó en la segunda mitad del siglo XX,
mencionándose azabacheros como el ya citado Néstor Costales, con taller en Argüeru.
6. La joyería del azabache: símbolo de estatus y moda, posible marcador étnico. La
existencia de una producción de joyería en azabache se constata desde muy antiguo y
todo hace indicar que se puede asociar a estas alhajas históricas una caracterización
como marcador de estatus social en virtud, primordialmente, de su condición de materia
rara, cara (preciosa, por su coste) y de gran belleza. Tanto si nos remontamos a los
hallazgos datados en la prehistoria, como si abordamos yacimientos tardorromanos y
revisamos documentación posterior, los azabaches aparecen en distintos contextos
geográficos con formas variadas, con funciones similares que nos hablan de un aprecio
común: de unas culturas compartidas en las que está presente este producto.
Tanto en la antigüedad como en época contemporánea, se ha dado una producción
seriada que no podríamos calificar de joyería y también ciertas piezas cuya singularidad, su
carácter único, sí merecen ese nombre. En ese sentido, podemos apreciar nexos entre un
brazalete de época romana, como el localizado en un ajuar de Mérida y conservado en el
Museo Nacional de Arte Romano, de oro y azabache, con broche y enganche, todo un
modelo de tradición helenística, y alguna de las joyas irrepetibles que salieron de las manos
del recordado Eliseo Nicolás Alonso («Lise»): un artesano que unió la joyería del pasado y
de prácticamente nuestros días. Lógicamente, hubo y hay una producción más voluminosa
y común en la que no se da la innovación sino el mantenimiento de formas tradicionales,
siendo en todo comparable una figa del siglo XVIII con una adquirida en el último mercado
de artesanía que se halla celebrado en Asturias.
6.1 «Joyería de luto»: marcador de estatus social en el siglo XIX. Dentro de este
panorama de las piezas que podemos calificar hoy de joyas por su singularidad de diseño,
advertimos que la segunda mitad del siglo XIX fue particularmente rica en estas
manifestaciones como consecuencia de la institucionalización del luto entre las clases

cve: BOE-A-2023-13947
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Núm. 139