Consejería De Cultura, Turismo, Jóvenes Y Deportes. Bienes De Interés Cultural. (2024040039)
Decreto 25/2024, de 26 de marzo, por el que se declara Bien de Interés Cultural el "Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida", de la localidad de Mérida (Badajoz), con carácter de Patrimonio Cultural Inmaterial.
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NÚMERO 63
Martes 2 de abril de 2024

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Desde Esquilo siempre hay un denominador común: el castigo a la desmesura de los vencedores.
Jerjes es el primer ejemplo. Joven insensato ha osado romper el orden natural cruzando a pie
enjuto lo que es mar; ha puesto un yugo sobre el ponto para dominar lo que es competencia y
dominio de los dioses en exclusiva. Jerjes obedece a su orgullo y el orgullo desagrada a los
dioses: “Ate atrae a los hombres a sus redes de donde ninguno será capaz de salir” (v. 98).
En Eurípides las tragedias sobre la guerra tienen connotaciones más actuales y eternas.
Agamenón, como Jerjes, es el rey imprudente que emprende una guerra por “una mujer que
fue de muchos maridos” y en su permisiva tolerancia de vencedor, dejó incendiar los santuarios
de los dioses. La pasión amorosa y el orgullo herido pesan más que los miles de griegos y
troyanos muertos, que el incendio de los templos, que el quebranto de la más mínima piedad
para con el vencido.
Eurípides, el más moderno de los trágicos, condena los excesos de la guerra y la propia guerra.
En “Las Suplicantes” trata el derecho a sepultar a los muertos tras una batalla (los beocios
habían impedido esto a los atenienses en Delión). En “Antígona” sucede otro tanto con
Polinices.
Como sucede en la poesía épica, portadora de los valores patrióticos: “Que menos es querer
matar a un hermano / que contra el Rey y la Patria se levanta”, dice Vasco de Gama para
justificar el enfrentamiento entre muchos hermanos, lusos y castellanos, en Aljubarrota.
También en la tragedia es ésta la razón que esgrime Creonte para honrar el cadáver de Eteocles,
defensor de la ciudad-estado, y dejar insepulto y abandonado el cuerpo de Polinices. Pero,
Sófocles en “Antígona” se decanta por la solución piadosa de la heroína trágica: entierra a su
hermano Polinices, aunque firme así su propia condena de muerte. Interviene el amor, el otro
componente trágico: Hemón, hijo de Creonte, enamorado de Antígona, pide clemencia a su
padre, aunque cuando este accede, ya es demasiado tarde: cuando va a liberar a Antígona, esta
se ha suicidado, él hace lo propio y con él Eurídice, la esposa de Creonte. Creonte se queda sólo.
Es la soledad del tirano.
Más tarde, Séneca, y después Anouilh ven en la muerte la única solución trágica ante la razón
de Estado. Antígona muere por oponerse a una ley injusta, ejemplifica el enfrentamiento entre
el concepto humano de lo justo y el concepto político de lo legal, del orden.
En “Los Siete contra Tebas” se asiste también al horror de las ciudades saqueadas. En un trabajo
reciente, a propósito del antibelicismo en Séneca y Lucano, escribí sobre el significado de la
guerra como quebrantamiento de las leyes divinas las), las leyes de los hombres (“ius” y “les”),
el orden natural, familiar “nietas” e individual (“ratio” frente a “furor”).