Consejería De Cultura, Turismo Y Deportes. Bienes De Interés Cultural. (2023061200)
Resolución de 31 de marzo de 2023, de la Consejera, por la que se incoa expediente de declaración de bien de interés cultural a favor del "Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida" de la localidad de Mérida (Badajoz), con carácter de Patrimonio Cultural Inmaterial.
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NÚMERO 68
Martes 11 de abril de 2023

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Desde Esquilo siempre hay un denominador común: el castigo a la desmesura de los vencedores. Jerjes es el primer ejemplo. Joven insensato ha osado romper el orden natural cruzando a
pie enjuto lo que es mar; ha puesto un yugo sobre el ponto para dominar lo que es competencia y dominio de los dioses en exclusiva. Jerjes obedece a su orgullo y el orgullo desagrada a
los dioses: “Ate atrae a los hombres a sus redes de donde ninguno será capaz de salir” (v. 98).
En Eurípides las tragedias sobre la guerra tienen connotaciones más actuales y también más
eternas. Agamenón, como Jerjes, es el rey imprudente que emprende una guerra por “una
mujer que fue de muchos maridos” y en su permisiva tolerancia de vencedor, dejó incendiar
los santuarios de los dioses. La pasión amorosa y el orgullo herido pesan más que los miles
de griegos y troyanos muertos, que el incendio de los templos, que el quebranto de la más
mínima piedad para con el vencido.
Eurípides, el más moderno de los trágicos, condena los excesos de la guerra y la propia guerra.
En “Las Suplicantes” trata el derecho a sepultar a los muertos tras una batalla (los beocios habían impedido esto a los atenienses en Delión). En “Antígona” sucede otro tanto con Polinices.
Casi siempre, especialmente en el contexto de una guerra, la razón de Estado frente a la libertad individual. Como sucede en la poesía épica, portadora de los valores patrióticos: “Que
menos es querer matar a un hermano / que contra el Rey y la Patria se levanta”, dice Vasco de
Gama para justificar el enfrentamiento entre muchos hermanos, lusos y castellanos, en Aljubarrota. También en la tragedia es ésta la razón que esgrime Creonte para honrar el cadáver de
Eteocles, defensor de la ciudad-estado, y dejar insepulto y abandonado el cuerpo de Polinices.
Pero, Sófocles en “Antígona” se decanta por la solución piadosa de la heroína trágica: entierra
a su hermano Polinices, aunque firme así su propia condena de muerte. Interviene el amor, el
otro componente trágico: Hemón, hijo de Creonte, enamorado de Antígona, pide clemencia a
su padre, aunque cuando éste accede, ya es demasiado tarde: cuando va a liberar a Antígona, ésta se ha suicidado, él hace lo propio y con él Eurídice, la esposa de Creonte. Creonte se
queda sólo. Es la soledad del tirano.
Más tarde, Séneca, y después Anouilh ven en la muerte la única solución trágica ante la razón
de Estado. Antígona muere por oponerse a una ley injusta, ejemplifica el enfrentamiento entre el concepto humano de lo justo y el concepto político de lo legal, del orden.
En un ensayo sobre la violencia en los campos nazis de concentración, George Steiner cuenta
lo siguiente: “En la anotación del 17 de septiembre de 1941 de su diario, el novelista alemán
Martin Raschke cuenta un episodio ocurrido en Riga cuando era ocupada por los nazis. Una
joven, sorprendida mientras esparcía tierra sobre el cuerpo de su hermano ejecutado poco
antes, al ser preguntada sobre lo que estaba haciendo, respondió: “Era mi hermano y para
mí eso es suficiente”.