Comunidad Autónoma de Extremadura. III. Otras disposiciones. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2025-5827)
Resolución de 27 de enero de 2025, de la Consejería de Cultura, Turismo, Jóvenes y Deportes, por la que se incoa expediente de declaración de bien de interés cultural a favor del «Castillo de los Herrera», de la localidad de Arroyo de la Luz, con la categoría de zona arqueológica.
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Sábado 22 de marzo de 2025

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y con la guerra de sucesión castellana entre 1475 y 1479. En 1479, en el Tratado de
Alcaçovas se reconoció a los monarcas Isabel y Fernando.
Blanca de Herrera y Bernardino de Velasco tuvieron una hija, Ana de Velasco. Blanca
de Herrera falleció en 1499, y su viudo, quien moriría en 1512, fue siempre muy
favorecido por los Reyes Católicos debido a la lealtad que les mostró. Por este motivo
recibió el título de duque de Frías en 1492, así como el de condestable y camarero
mayor. En 1502, el duque de Frías casó en segundas nupcias con la hija bastarda de
Fernando el Católico, Juana de Aragón. Por su parte, su hija Ana de Velasco se casó
con Alonso de Pimentel, conde de Benavente. Las capitulaciones matrimoniales de este
matrimonio, fechadas en 1501, también reflejan un reparto de las posesiones de los
Herrera entre padre e hija. En este documento consta lo siguiente: «Doña Ana llevará en
dote a su futuro esposo un millón de maravedíes. Que su padre el condestable le daba
en ajuar y plata y los bienes que le correspondía heredar de su madre: la villa de Arroyo
del Puerco con su fortaleza (…)». En 1502 se produjo el enlace, y con él los bienes de
Ana de Velasco pasaron como dote a su marido. Así, tras el fallecimiento de su padre
Bernardino en 1512, Ana se convirtió en el último miembro del linaje del mariscal García
González de Herrera.
Desde fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI, Arroyo viviría una etapa de
prosperidad, siendo en este período cuando se construyeron importantes edificaciones
como la iglesia parroquial y el convento de San Francisco. Es en este siglo cuando los
Reyes Católicos conceden el señorío jurisdiccional propio a los señores de Arroyo y
Benavente, como simboliza el rollo de la localidad, que data de 1503. Pero será ya en el
mismo siglo XVI cuando comience el progresivo abandono del castillo, al poseer los
señores un palacio en la misma población, localizado actualmente en la calle Germán
Petit, 49, el cual acoge hoy el colegio Nuestra Señora de los Dolores.
Durante la guerra de restauración portuguesa en el siglo XVII, la localidad volvió a
sufrir numerosos ataques, especialmente entre 1646 y 1648. Fueron señores de la villa
en este siglo, según Panadero Rubio: «Juan Alonso Pimentel (VIII Conde); Juan
Francisco Alonso Pimentel (X Conde); y Antonio Alonso Pimentel de Quiñones y Herrera
(XI Conde)».
Los ataques derivados de la guerra con Portugal debieron afectar gravemente al
castillo, ya que, según la documentación existente, en 1707 se describe la fortaleza
como «en las afueras de la villa malparada y en partes arruinada». Posteriormente, tras
los conflictos de la Guerra de Sucesión, en 1791 se indica que el castillo «está casi
arruinado, no se habita ni tiene habitación, y es propiedad del excelentísimo señor dueño
de la jurisdicción (Conde de Benavente)».
Durante el siglo XVIII, los señores de Arroyo fueron, según Panadero Rubio,
«Francisco Alonso Pimentel y de la Cueva (XII Conde); Antonio Francisco Alfonso
Pimentel de Quiñones López de Zúñiga Sotomayor y Mendoza (XIII Conde); Francisco
Alfonso Pimentel y Borja (XIV Conde); y María Josefa de la Soledad (XV Condesa de
Benavente hasta su muerte en 1834)».
El siglo XIX no empezó con mejor fortuna para la población, pues los franceses
ocupan la localidad entre 1808 y 1809, durante la Guerra de la Independencia. El último
señor de la villa fue el XVI Conde, Pedro de Alcántara Téllez, quien ejerció su poder
hasta 1837, al suprimirse los señoríos jurisdiccionales.
Respecto al devenir del castillo, desde 1843 hasta 1889, año de la inauguración
de un nuevo camposanto, se utilizó el castillo como cementerio. Fue probablemente
en este período cuando se demolieron los restos de las estructuras interiores, lo que
le dio al lugar el aspecto diáfano que presenta actualmente, adaptándose así a su
nuevo uso funerario. En la memoria del «Proyecto básico de consolidación,
restauración y puesta en valor del castillo de los Herreras», Pablo Terrón Macías
plantea que sería en esta fecha «(…) cuando se rellenaron los desniveles existentes
desde el acceso a la calle del Castillo, configurando el actual callejón a lo largo del
siglo XIX para acceso al cementerio (…)». Además, según el mismo autor: «(…) en
parte, los niveles y rasantes actuales del suelo están modificados por rellenos de

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