III. Otras disposiciones. COMUNITAT VALENCIANA. Bienes de interés cultural. (BOE-A-2024-20289)
Resolución de 19 de septiembre de 2024, de la Conselleria de Educación, Cultura, Universidades y Empleo, por la cual se incoa expediente para declarar bien de interés cultural inmaterial, el sistema constructivo de la plaza de toros de Algemesí.
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BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Lunes 7 de octubre de 2024
Sec. III. Pág. 124060
que la fiesta despertaba mayor interés y su auge iba en alza, era necesario idear un
graderío con mayor capacidad y bastante robusto para albergar al creciente número de
forofos.
No se sabe con certeza cuando nacieron los cadafales como tales, pero se supone
que ya a principios del siglo XVIII la apariencia de la plaza era similar a la que ha
perdurado hasta nuestros días. El documento ya referido anteriormente por el cual el
consistorio pagó en 1735 al carpintero Josep Domínguez para hacer y formar el corro,
deja sentado que las fiestas taurinas eran ya tradicionales, que se celebraban en el
mismo lugar y por tanto ya existía una plaza o graderío dispuesto para presenciar los
festejos. La primitiva plaza se formaba con carros, puertas viejas y tablones clavados
entre sí sobre un trenzado de troncos. Dentro de la plaza, el frontis de los cadafales lo
componían troncos de pino o morera. Los primeros graderíos fueron planos, a manera
de tarima alta sostenida por un bosque de troncos verticales y cruzados que hacían que
el tráfico inferior fuera toda una proeza. Arriba, la gente más próxima a la arena se
sentaba sobre mantas o pieles, y detrás, en cajones y sillas plegables, los otros.
Más tarde, se chapó con tablones el interior de la plaza y empezaron a ponerse
cuatro o cinco graderíos en el cadafal de la Cofradía de la Divina Pastora, que fue el
pionero. La construcción de estos elementales cadafales se impuso a principios del siglo
XIX, y el primer dato riguroso que notifica su alzamiento lo encontramos en el libro de
Acords, cuando, con fecha 9 de septiembre de 1843, se decidió que los gastos derivados
de su montaje fueron por anticipado de la villa, incluso se designó un maestro de obra.
El 17 de septiembre de 1859, el ayuntamiento dio plenos poderes al alcalde para que
concediera la construcción del cadafal a quien considerara más oportuno. Y un año más
tarde se propuso «hacer un tablado gradado para las corridas, percibiendo de los que lo
ocupan la correspondiente retribución». Es un dato importantísimo, porque el documento
deja sentado la evolución de la plaza a su fisonomía singular y definitiva.
Evolución de la plaza en el siglo XX.
A principios del siglo XX se diferenciaban varios tipos de cadafales, y aunque la
apariencia final era de montaje de una sola pieza, bien es verdad que gran parte de los
lugares comprendían cadafales y cadafalets. Estos últimos eran los más próximos a la
arena, y por tanto más bajos, y detrás de ellos, prolongándose en altura, se situaban los
grandes para acabar formando un cuerpo. Bien es verdad que el montaje de tantos
lugares, aunque más pequeños que los actuales, era un auténtico embrollo por la
cantidad de acoples que se tenían que ajustar. Como anécdota hay que hacer
constancia que aquella plaza de principios de siglo dejaba un espacio abierto –sin
chapar– en el frontis, a la altura de los ojos de una persona, que permitía ver los toros
desde bajo de los cadafales a pie de arena; eso sí, previo pago de la pertinente entrada.
La fisonomía de la plaza y del montaje de los cadafales cambió poco hasta la llegada
de los años 40, cuando el arquitecto local Juan Segura de Lago, con la inestimable
ayuda de los maestros cadafalers, unificó criterios para acabar poniendo de acuerdo con
todos a la hora de erigir la plaza. Ya en 1942, desaparece la diferenciación de cadafales
y cadafalets, construyéndose de metro en metro de frontera y de una sola pieza –es
decir, desde el frontis hasta las fachadas–, y en la subasta, todo aquel que se quedara
dos metros tenía derecho a quedarse, si le interesaba, los dos siguientes al mismo
precio que los anteriores. Un año después, se subastaron por primera vez de dos en dos
metros, continuando con la opción de dos metros más.
Pero la mayor contribución de Juan Segura de Lago fue aclarar el paso inferior de la
Plaza, que hasta entonces era un maremágnum de pinos y maderas que hacían del
tráfico del personal casi una proeza. Cada peña montaba y apuntalaba según su propio
criterio, eso sí, siempre supervisado por el arquitecto pertinente. Se estudió la mejor
manera de combinar funcionalidad y seguridad, y el resultado fue un ancho corredor para
poder circular que ha perdurado, sin más cambios, hasta nuestros días.
Para convertirse en práctica habitual que cada peña se quedara con dos lugares de
dos metros contiguos, a partir de 1950, los cadafales quedaron estipulados en cuatro
cve: BOE-A-2024-20289
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Núm. 242
Lunes 7 de octubre de 2024
Sec. III. Pág. 124060
que la fiesta despertaba mayor interés y su auge iba en alza, era necesario idear un
graderío con mayor capacidad y bastante robusto para albergar al creciente número de
forofos.
No se sabe con certeza cuando nacieron los cadafales como tales, pero se supone
que ya a principios del siglo XVIII la apariencia de la plaza era similar a la que ha
perdurado hasta nuestros días. El documento ya referido anteriormente por el cual el
consistorio pagó en 1735 al carpintero Josep Domínguez para hacer y formar el corro,
deja sentado que las fiestas taurinas eran ya tradicionales, que se celebraban en el
mismo lugar y por tanto ya existía una plaza o graderío dispuesto para presenciar los
festejos. La primitiva plaza se formaba con carros, puertas viejas y tablones clavados
entre sí sobre un trenzado de troncos. Dentro de la plaza, el frontis de los cadafales lo
componían troncos de pino o morera. Los primeros graderíos fueron planos, a manera
de tarima alta sostenida por un bosque de troncos verticales y cruzados que hacían que
el tráfico inferior fuera toda una proeza. Arriba, la gente más próxima a la arena se
sentaba sobre mantas o pieles, y detrás, en cajones y sillas plegables, los otros.
Más tarde, se chapó con tablones el interior de la plaza y empezaron a ponerse
cuatro o cinco graderíos en el cadafal de la Cofradía de la Divina Pastora, que fue el
pionero. La construcción de estos elementales cadafales se impuso a principios del siglo
XIX, y el primer dato riguroso que notifica su alzamiento lo encontramos en el libro de
Acords, cuando, con fecha 9 de septiembre de 1843, se decidió que los gastos derivados
de su montaje fueron por anticipado de la villa, incluso se designó un maestro de obra.
El 17 de septiembre de 1859, el ayuntamiento dio plenos poderes al alcalde para que
concediera la construcción del cadafal a quien considerara más oportuno. Y un año más
tarde se propuso «hacer un tablado gradado para las corridas, percibiendo de los que lo
ocupan la correspondiente retribución». Es un dato importantísimo, porque el documento
deja sentado la evolución de la plaza a su fisonomía singular y definitiva.
Evolución de la plaza en el siglo XX.
A principios del siglo XX se diferenciaban varios tipos de cadafales, y aunque la
apariencia final era de montaje de una sola pieza, bien es verdad que gran parte de los
lugares comprendían cadafales y cadafalets. Estos últimos eran los más próximos a la
arena, y por tanto más bajos, y detrás de ellos, prolongándose en altura, se situaban los
grandes para acabar formando un cuerpo. Bien es verdad que el montaje de tantos
lugares, aunque más pequeños que los actuales, era un auténtico embrollo por la
cantidad de acoples que se tenían que ajustar. Como anécdota hay que hacer
constancia que aquella plaza de principios de siglo dejaba un espacio abierto –sin
chapar– en el frontis, a la altura de los ojos de una persona, que permitía ver los toros
desde bajo de los cadafales a pie de arena; eso sí, previo pago de la pertinente entrada.
La fisonomía de la plaza y del montaje de los cadafales cambió poco hasta la llegada
de los años 40, cuando el arquitecto local Juan Segura de Lago, con la inestimable
ayuda de los maestros cadafalers, unificó criterios para acabar poniendo de acuerdo con
todos a la hora de erigir la plaza. Ya en 1942, desaparece la diferenciación de cadafales
y cadafalets, construyéndose de metro en metro de frontera y de una sola pieza –es
decir, desde el frontis hasta las fachadas–, y en la subasta, todo aquel que se quedara
dos metros tenía derecho a quedarse, si le interesaba, los dos siguientes al mismo
precio que los anteriores. Un año después, se subastaron por primera vez de dos en dos
metros, continuando con la opción de dos metros más.
Pero la mayor contribución de Juan Segura de Lago fue aclarar el paso inferior de la
Plaza, que hasta entonces era un maremágnum de pinos y maderas que hacían del
tráfico del personal casi una proeza. Cada peña montaba y apuntalaba según su propio
criterio, eso sí, siempre supervisado por el arquitecto pertinente. Se estudió la mejor
manera de combinar funcionalidad y seguridad, y el resultado fue un ancho corredor para
poder circular que ha perdurado, sin más cambios, hasta nuestros días.
Para convertirse en práctica habitual que cada peña se quedara con dos lugares de
dos metros contiguos, a partir de 1950, los cadafales quedaron estipulados en cuatro
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