C) Otras Disposiciones - CONSEJERÍA DE CULTURA, TURISMO Y DEPORTE (BOCM-20250530-43)
Bien de interés cultural –  Decreto 31/2025, de 28 de mayo, del Consejo de Gobierno, por el que se declara Bien de Interés Cultural del Patrimonio Inmaterial de la Comunidad de Madrid, la Feria del Libro de Madrid
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BOLETÍN OFICIAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID
VIERNES 30 DE MAYO DE 2025

B.O.C.M. Núm. 128

escritores, charlas de feria o pregones de libros dichos por sus propios autores ante el micrófono, situado frente a la Iglesia de San Pascual.
Al contrario que otras Fiestas del Libro, en las que se ponían a la venta ejemplares viejos o de difícil salida, la Feria del Libro de Madrid destacó desde su primera edición por
presentar las novedades de las diversas editoriales, algo que se convirtió en uno de sus principales distintivos. Las autoridades apoyaron esta iniciativa con su presencia y con la compra de numerosos ejemplares para las bibliotecas de centros oficiales, animando la difusión
del libro y la lectura en la sociedad republicana. A la edición de 1933 acudieron el Presidente de la República, Alcalá-Zamora, el Presidente del Gobierno, Manuel Azaña y los Ministros de Agricultura, de Estado y de Justicia. Su apoyo animó a la colaboración de otras
entidades, como la emisora radiofónica Unión Radio o la Compañía Madrileña de Tranvías,
además de la empresa Publicidad de Billetajes, que imprimió propaganda de la segunda Feria en trescientos mil billetes.
El objetivo era popularizar y divulgar el libro, ya que las librerías no exhibían suficientemente las publicaciones y la propaganda resultaba escasa, por lo que difícilmente acudía
a ellas otro público que especialistas, intelectuales y profesionales. La celebración y organización de la Feria agudizó el desencuentro entre libreros y editores, pues los primeros
consideraron su celebración un grave peligro para las librerías.
A pesar de ese desencuentro, el éxito de la primera edición animó a su celebración el
año siguiente. La edición de 1934 de la Feria del Libro fue definida como un espacio de debate y libertad, pues circulaban todo tipo de publicaciones y además los asistentes podían
tocar libros, hojearlos, mirarlos y establecer discusiones y argumentaciones al hilo de temáticas determinadas. Con este planteamiento, las ferias se convirtieron en un lugar de participación ciudadana y democrática. Para otorgarles mayor entidad se creó un Comité de
Honor, que incluía al presidente del Gobierno, a varios de sus Ministros, al Alcalde de
Madrid o a representantes del cuerpo diplomático, entre otros. En 1934 se invitó a los países hispanoamericanos a participar, pero, debido a la falta de tiempo y coordinación, solo
lo hizo Méjico; algunas instituciones oficiales como la Biblioteca Nacional o la Junta de
Ampliación de estudios contaron con espacios propios. Para animar la celebración se organizaron diferentes actos culturales y se representaron teatros, guiñoles o se ofrecían conciertos. Los escritores invitados animaban a la compra y lectura de libros y elogiaban la idea
de llevar los libros a la calle. Se dedicaron días especiales a las mujeres, los niños y los obreros, a quienes se ofreció un descuento extra por la compra de ejemplares.
En la Feria del Libro de 1935 se dedicó una caseta a la figura de Lope de Vega, se organizaron actos culturales y representaciones teatrales variadas y se dedicó un día al público infantil. Se volvió a invitar a las repúblicas hispanoamericanas, pero su participación no
fue posible. Se hizo también un llamamiento a las editoriales oficiales, pero los ministerios
declinaron su participación. Repitieron la Biblioteca Nacional y la Junta de Ampliación de
Estudios, y se dedicó una caseta a la obra de Lope de Vega, con motivo del tercer centenario de su muerte, y otras se cedieron a la Asociación de Artistas Ibéricos para que mostraran sus pinturas y dibujos.
Las relaciones entre la sección de editores y la sección de libreros de la Cámara del Libro fueron muy agrias y tensas, llegando a convertirse estas secciones gremiales en asociaciones profesionales de defensa. Hasta tal punto que, en las elecciones de junio de 1935 para
renovar el pleno de la Cámara del Libro, los libreros, de nuevo contrarios a la feria, se aliaron con los representantes de artes gráficas para desplazar a los editores partidarios de las
ferias de los cargos directivos. De esta manera en la feria de 1936, la primera que tuvo carácter oficial, los libreros fueron los protagonistas de su organización.
En 1936 se celebró la primera Feria con un carácter oficial. Participaron, entre otros,
los Ministerios de Industria y de Agricultura y se sumaron a las anteriores otras instituciones oficiales como la Academia de la Lengua o el Banco Central; la presencia de sus publicaciones oficiales en las primeras ediciones de la Feria es claro precedente de su participación actual.
Las ferias celebradas durante estos años fueron reflejo de la socialización de la lectura en esta época, así como producto del ambiente cultural favorable creado por el gobierno.
En ellas se vendieron todo tipo de libros, cumpliendo así su propósito fundamental: poner
en contacto a toda la sociedad con el libro.
Tras la Guerra Civil, la situación fue difícil para el mundo editorial, tanto por la escasez de suministros y divisas como por tener que hacer frente al sistema censor, que condicionó buena parte de la producción editorial española.
La dictadura franquista supo reconocer la importancia de la Feria del Libro y se hizo
cargo de su organización a través del Instituto Nacional del Libro. En 1944 volvió a cele-

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