C) Otras Disposiciones - CONSEJERÍA DE CULTURA, TURISMO Y DEPORTE (BOCM-20240207-23)
Bien de interés cultural –  Decreto 10/2024, de 31 de enero, del Consejo de Gobierno, por el que se declara Bien de Interés Cultural del Patrimonio Inmaterial de la Comunidad de Madrid, el Flamenco en la Comunidad de Madrid
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BOCM

MIÉRCOLES 7 DE FEBRERO DE 2024

B.O.C.M. Núm. 32

ANEXO
A. Descripción del bien objeto de la declaración
A.1. Identificación del objeto de la declaración. Denominación:
El bien inmaterial objeto de declaración es el Flamenco en la Comunidad de Madrid,
un arte del espectáculo que comprende cante, baile y toque flamencos. Ha sido transmitido, recreado y transformado a lo largo de los años por sus numerosos intérpretes, animados
por una afición con indudable interés, por lo que se reconoce como parte del Patrimonio
Cultural Inmaterial de la Comunidad de Madrid.
El Flamenco entró a formar parte de la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial
de la Humanidad en el año 2010; en ella se le reconoce como un arte del espectáculo que
hunde sus raíces en tradiciones y expresiones orales y en los usos sociales y actos festivos.
Según lo recogido en el artículo 17 de la Ley 8/2023, de 30 de marzo, de Patrimonio
Cultural de la Comunidad de Madrid, el Flamenco en la Comunidad de Madrid se enmarca
dentro de las siguientes categorías de los bienes culturales inmateriales, que se interrelacionan entre sí: “artes del espectáculo”, “usos sociales, rituales, actos festivos”, “tradiciones y
expresiones orales”, y “técnicas artesanales tradicionales”.
A.2. Delimitación del área territorial en la que se manifiesta el hecho cultural. Localización:
El hecho cultural objeto de declaración se desarrolla en la Comunidad de Madrid; fundamentalmente en la ciudad de Madrid, pero también en otros municipios de la comunidad,
como por ejemplo Leganés, Chinchón o Tres Cantos.
A.3. Introducción histórica:
Ya a principios del siglo XVII, Cervantes, describió como La Gitanilla, Preciosa,
triunfaba con sus compañeros en los corros callejeros de Madrid. Tan pronto como se hizo
Corte, poblada por gentes de todas partes, Madrid se alimentó del encanto artístico de toda
España, especialmente de Andalucía. De allí provenían muchos de los sones mestizos del
Siglo de Oro, como la zarabanda, inseparable de la guitarra y las castañuelas. Un siglo más
tarde, las artes y la aristocracia seguían tentadas por bailes genuinamente populares, íntimamente unidos a la vida madrileña, a la andaluza y la española en general. Seguidillas,
fandangos.
En el Madrid del siglo XVIII, poblado de gentes venidas de todas las partes del país,
seguidillas, fandangos y tonadillas animaban fiestas y reuniones. Autores como Ramón de
la Cruz o Juan Antonio de Iza Zamácola y Ocerí “Don Preciso”, pregonaron las bondades
de la cultura patria frente a las imposiciones del cultismo ilustrado, ayudando a que lo popular comenzase a ser una referencia en la literatura, el teatro y la música.
Los sainetes y tonadillas escénicas de representaban en los teatros de Madrid. A ellos
acudieron las mejores tonadilleras y cómicas de Andalucía cuyo arte, que daba un aire más
agitanado y oriental a los bailes tradicionales boleros, conectó rápidamente con el sector
menos favorecido de la sociedad madrileña. Los nuevos bailes exigieron también cambios
en la música, que incorporó nuevos cantes, como la caña, y ritmos de guitarra de un estilo
más serio y melancólico, que se introdujeron en la vida nocturna de Madrid y en su programación de recitales y conciertos.
Con esta evolución de los ritmos y los espectáculos, resultó que la primera vez que el
término “flamenco” fue empleado para distinguir a un intérprete de este nuevo estilo en la
prensa española fue en Madrid, en el número 249 de El Espectador, el 6 de junio de 1847.
La crónica, titulada “un cantante flamenco”, se refiere al “célebre cantante del género gitano Lázaro Quintana” y a su compañera “Dolores la gitanilla”, que interpretaron “sentidas
canciones flamencas”. También fue en Madrid donde surgió la primera referencia a la “música flamenca”, en este caso en el diario La Nación, en su edición del 18 de febrero de 1853.
El flamenco se representaba en fiestas, salones particulares y teatros. En la segunda
mitad del siglo XIX la élite cultural consideró este género indigno de las salas teatrales, lo
que propició su incursión en el ambiente de los cafés cantantes, que proliferaban en Madrid.
En ellos, como sucedía en Andalucía, el protagonismo del flamenco aumentó exponencialmente. Cafés cantantes como el San Fernando, el café de Marte o el Circo de M. Paul, recibieron a los mejores intérpretes flamencos del momento: cantaores y cantaoras como el
sevillano Silverio Franconetti (el preferido del público madrileño) Manuel Molina, Paca la
Roteña o Lola la Zurda; tocaores como Antonio Pérez o Paco de Lucena y bailaoras como
Trinidad Huertas “La Cuenca” o Juana “La Macarrona”. Estos cafés cantantes exigieron de

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