BOLETÍN OFICIAL DEL ESTADO
Lunes 25 de noviembre de 2024

Sec. V-B. Pág. 67372

higiene, enfermedades, fusilamientos y sacas indiscriminadas. España se convirtió
en una inmensa prisión. Los 9.000 presos de 1931 rebasaron el cuarto de millón
en 1940.
La provincia de Murcia no escapó a estas coordenadas. Los 300 presos de
1931 superaron los 20.000 en 1940. Un informe de Falange, fechado en octubre
de 1939, lo valora en los términos siguientes: "… cifra elevadísima y quizás
desproporcionada, si se tiene en cuenta que esta provincia fue de las menos
castigada en cuanto a sangre se refiere durante el período marxista. La cárcel de
Murcia construida para albergar a 350 presos y que durante el período rojo llegó a
albergar 600 personas, encierra hoy alrededor de 2.100. La cárcel de mujeres
hecha para contener 15 o 20 detenidas, actualmente guarda 200 mujeres".
En Cartagena la avalancha de detenciones llevó a ocupar el penal, la cárcel de
San Antón, la plaza de toros, el castillo de San Julián, abriéndose campos de
concentración en la Algameca, Cabo de Palos y San Javier. Presos pendientes de
clasificar, solamente en San Antón, constaban 1.000, el quíntuplo de su cabida
máxima. El padrón municipal de 1940 registraba 840, de ellos 29 mujeres. Tenían
que dormir en el suelo, sin apenas comida, sufriendo malos tratos, frío y
enfermedades. La consecuencia fue una alta mortandad. No están mejor los del
penal, que suman 1.589. Se desprende de la carta de uno de ellos: "… el jueves
cuando vengas me traes lo que te pedí y si puedes un poco de pan, paso mucha
hambre. Me dan un cacho de pan pequeño y guisantes cocidos. Un cazo en cada
comida, el pan para todo el día, por las mañanas nada. Al hambre se suma la
tortura a manos del policía Alcaraz, del falangista Jacinto Rizo, que abusa de las
mujeres de los presos delante de ellos y que estará imputado en un crimen y,
sobre todo del agente del SIM Manuel Vidal, que llega a Cartagena el 3 de abril de
1939, después de su paso por El Ferrol, donde ha desempeñado "servicios
especiales".
El terror y la muerte. 20.000 consejos de guerra, 771 fusilamientos, 181 en
Cartagena. El acto se rodeaba de la crueldad posible: golpeaban en las puertas de
todas las celdas para crear un pánico generalizado. Resaltan las amenazas de
Rigoberto Carot, capellán de la cárcel de San Antón. Muchos presos serán
fusilados atados a una silla al no sostenerse de pie tras las palizas recibidas. Otros
serán convertidos en esclavos. Trabajarán en las minas de Cartagena y en el
convento de las adoratrices. A la mujer se le aplicó el mismo mecanismo
carcelario, pero su realidad cotidiana era más compleja: la menstruación, la
menopausia precoz, los embarazos, la convivencia con hijos o hijas generan
mayores posibilidades de control y humillación. Detrás, los niños separados de sus
madres y los robados a las fusiladas.
En prisión nacen grupos de apoyo mutuo. Se organizan por afinidad ideológica
o por lugar de procedencia. Tienen dos funciones básicas: mantener la moral y la
vida de los presos. Se comparte la comida, que envían las familias. Son el germen
de la acción política.
El volumen de presos era imposible de mantener por el colapso de la justicia,
el gasto económico y la conflictividad creciente. Por ello se emprende una política
de indultos. En 1945 para los delitos cometidos hasta 1º de abril de 1939. A los
condenados a partir de esa fecha se les llamará "posteriores". Entre ellos se
incluirá a la nueva oposición política que estalla en los años sesenta y la derivada
de los conflictos laborales alentados por Comisiones Obreras, particularmente en
la E. N. Bazán. Serán juzgados por el Tribunal de Orden Público (el TOP).

cve: BOE-B-2024-43153
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Núm. 284